Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

lunes, 23 de mayo de 2016

POLÍTICA… LECTURAS DESDE JACQUES RANCIÈRE Y RECORDANDO EL MOVIMIENTO DEL 15 M



¿Qué es, para Ranciere, la política? 
Un fenómeno que apareció, por primera vez, en la Antigua Grecia, cuando los pertenecientes al demos (aquellos sin un lugar claramente definido en la jerarquía de la estructura social) no sólo exigieron que su voz se oyera frente a los gobernantes, frente a los que ejercían el control social; esto es, no sólo protestaron contra la injusticia (le tort) que padecían y exigieron ser oídos, formar parte de la esfera pública en pie de igualdad con la oligarquía y la aristocracia dominantes, sino que, ellos, los excluidos, los que no tenían un lugar fijo en el entramado social, se postularon como los representantes, los portavoces, de la sociedad en su conjunto, de la verdadera Universalidad[1]. Este planteamiento resulta extremadamente clarividente puesto que postula que la nada, en el sentido de lo que no cuenta en el orden social, puede llegar a conformar un nosotros que se oponga a aquellos que solo defienden sus propios intereses y privilegios.
Por tanto, el conflicto político designa la tensión entre el cuerpo social estructurado, en el que cada parte tiene su sitio, y la "parte sin parte", que desajusta ese orden en nombre de un vacío principio de universalidad. La verdadera política, por tanto, trae siempre consigo una suerte de cortocircuito entre el Universal y el Particular: la paradoja de un singulier universel, de un singular que aparece ocupando el Universal y desestabilizando el orden operativo "natural" de las relaciones en el cuerpo social. Esta identificación de la no-parte con el Todo, de la parte de la sociedad sin un verdadero lugar (o que rechaza la subordinación que le ha sido asignada), con el Universal, es el ademán elemental de la politización, que reaparece en todos los grandes acontecimientos democráticos, desde la Revolución francesa (cuando el Tercer Estado se proclamó idéntico a la nación, frente a la aristocracia y el clero), hasta la caída del socialismo europeo (cuando los "foros" disidentes se proclamaron representantes de toda la sociedad, frente a la nomenklatura del partido) (Zizek, 2007: 26).
En este sentido, "política" y "democracia" son sinónimos: el objetivo principal de la política antidemocrática es la despolitización, es decir, la exigencia innegociable de que las cosas "vuelvan a la normalidad", que cada cual ocupe su lugar.
Por eso la palabra populismo la utilizan los expertos para condenar todas las formas de secesión respecto del consenso dominante, sin que respondan a la afirmación democrática o a los fanatismos raciales o religiosos. (…) Populismo es el nombre cómodo bajo el cual se disimula la exacerbada contradicción entre legitimidad popular y legitimidad erudita (…). Este nombre oculta y revela a la vez la gran aspiración de la oligarquía: gobernar sin pueblo, es decir, sin división del pueblo; gobernar sin política[2].


Por ello se considera que un movimiento es democrático cuando pone en su centro la cuestión política fundamental: la competencia de los “incompetentes”, la capacidad de quienquiera para juzgar las relaciones entre los individuos y la colectividad, entre el presente y el futuro (Rancière, 2006: 120).
La  lucha política debe conseguir hacer oír la propia voz y que sea reconocida como la voz de un interlocutor legítimo. Cuando los "excluidos" protestan contra la élite dominante, la verdadera apuesta no está en las reivindicaciones explícitas (aumentos salariales, mejores condiciones de trabajo...), sino en el derecho fundamental a ser escuchados y reconocidos como iguales en la discusión.
Rancière habla de política-ficción cuando esta inventa un nombre o personaje colectivo que no aparece en las cuentas del poder y las desafía. Ese nombre no es de nadie en particular, en él caben todos los que no cuentan, no son escuchados, no tienen voz, no deciden y están excluidos del mundo común. La ficción política hace tres operaciones simultáneas:

Crea un nombre o personaje colectivo que no expresa ni refleja un sujeto previo, sino que es la creación de un espacio de subjetivización (esto es, de transformación de los lenguajes, las percepciones y los comportamientos) que no existía antes.
Produce nueva realidad porque redefine el mapa de lo posible, no solo modifica lo que se puede ver, hacer, sentir y pensar acerca de la realidad, sino también quién puede hacerlo.
Interrumpe la realidad que hay, es un poder de desclasificación y un poder de creación[3].


Un ejemplo es la aplicación que hace Fernández-Savater al movimiento 15-M: las plazas fueron espacios de apertura constante para invitar a que otras personas se incorporaran, consignas de respeto, lo que une y no lo que separa; indignados como término indica que puede serlo cualquiera, no remite a una identidad; el término personas identificaba como iguales a todo el mundo, recogía al mismo tiempo la confianza en lo personal; Somos el 99%, Sol, 15-M (es un clima, es decir, no es solo un movimiento o una estructura organizada compuesta de asambleas y comisiones, sino también otro estado mental y otra disposición colectiva hacia la realidad, marcada por la experiencia empoderadora de las plazas y diseminada por la sociedad entera) (Amador Fernández-Savater, 2012:  Interferencias) .

En los libros de Rancière hay diversos ejemplos históricos que clarifican la noción de ficción política como el hombre-ciudadano de la Revolución Francesa; el proletariado que conformó el movimiento obrero desde el siglo XIX; o el eslogan “todos somos judíos alemanes” de Mayo del 68.

La política, por tanto, no pasa por adquirir un saber que nos falta y la ciencia posee, ni tampoco por encontrar una conciencia propia, correcta y adecuada a la propia identidad, sino por desidentificarse de una cultura y una identidad dadas mediante un proceso de subjetivización. El saber que emancipa no es tanto el que describe la realidad, como el que redescribe la experiencia común. La identidad política es un espacio que se inventa, es una identidad no identitaria, sino abierta, inacabada, en construcción permanente, o sea, lo que hemos llamado ficción (Amador Fernández-Savater, 2012:  Interferencias).

Las dos primeras fotografías son de JURE KRAVANJA. El cartel es mío y sigue colgado de la pared de la habitación donde trabajo.


[1] Asi lo interpreta Slavoj Zizek (2007): En defensa de la intolerancia. Sequitur, Madrid, pp: 25-26.
[2] JACQUES RANCIÈRE (2006), El odio a la democracia. Amorrortu, Buenos Aires, pp. 114-115..
[3] Amador Fernández-Savater (30-11-2012): “Política Literal y política literaria (sobre ficciones políticas y 15 M). Interferencias blog.

viernes, 13 de mayo de 2016

RECORDANDO QUE HACE 80 AÑOS NACIÓ LA REVISTA "MUJERES LIBRES" (MAYO DE 1936)


















La revista Mujeres Libres surge de la iniciativa de un núcleo de mujeres vinculadas a CNT de Madrid. Se trata de un núcleo del que destacan tres mujeres: Lucía Sánchez Saornil, Mercedes Comaposada y Amparo Poch, que desde Zaragoza se trasladó a vivir a Madrid en 1934. Este núcleo madrileño deseaba crear espacios colectivos, y la revista era uno de ellos, para facilitar el encuentro e impulsar la capacitación laboral y el acceso a la educación de las obreras.
Fue en 1936 cuando se unieron este grupo madrileño y el  “Grupo Cultural Femenino” de Barcelona (1934), para dar lugar a la organización  “Mujeres Libres”. Este grupo demostró un grado de conciencia feminista muy desarrollado al cuestionar el sistema patriarcal y vincular la emancipación femenina con la transformación revolucionaria, es decir, uniendo lucha de género y lucha de clases. Con una gran modernidad de planteamientos asentó la libertad femenina a partir del desarrollo de la independencia psicológica y de la autoestima, solo factible poniendo en valor, además de la lucha social, la lucha individual, la llamada “emancipación interna” de la que hablaba la anarquista Emma Goldman. De este modo, las mujeres se convertían en sujetos de su proceso de liberación, que no solo se basaba en la independencia económica, sino en el empoderamiento y la afirmación de la personalidad femenina.
Pero hoy me quedaré en analizar el editorial del primer número de la revista, un proyecto muy querido por Lucía, que apareció en la segunda quincena de mayo de 1936, ahora hace ochenta años. En este editorial destacan diversos aspectos que arrancaban del feminismo anarquista obrerista estructurado por las pioneras, Teresa Claramunt y Teresa Mañé.
Las “dos teresas” cuestionaban el feminismo existente (el sufragista) porqué consideraban que había muchos entusiastas de la emancipación de la mujer pero pocos de su dignificación. Afirmaban que la emancipación de la mujer se entendía como libertad relativa, ficticia, sin ocuparse de:

(…) emanciparla de la tutela que en ella ejerce el tutor ambicioso y explotador, como también darle rudimentarias nociones científicas que nada dan de por sí, puesto que no alcanza a todas las clases de la sociedad, ya que solo sirve para la clase ALTA y aun la MEDIA… (…)
Si ven que la mujer se revoluciona (…) procuran ahogar las quejas, soterrar sus derechos y hacer ver que la mujer es un gallo, una cotorra, una charlatana que quiere inmiscuirse en lo que no le importa y en lo que no entiende ; cuando el hombre mismo debiera enaltecerla y ayudarla, la moteja y la desprecia.Sin embargo, que lo tenga presente el hombre, la mujer temprano o tarde llegará a dignificarse, aunque no pueda contar con su apoyo, y esto será, cuando la mujer, haciéndose superior a sus preocupaciones, deje de ser la paria, la esclava de la sociedad para convertirse en lo que realmente es: el factotum de todas las acciones del hombre [1].

El rechazo al sufragismo se planteaba, por tanto, por considerarlo un movimiento burgués y por su rechazo a la vía electoral, pero no significaba la aceptación de ninguna limitación al sexo femenino[2].
En la editorial de la revista Mujeres Libres encontramos este mismo rechazo al feminismo porque buscaba su expresión fuera de lo femenino, tratando de asimilarse virtudes y valores extraños[3].
Las “dos Teresas”, igual que el resto del feminismo español del siglo XIX, defendían un feminismo social que se basaba en la diferencia de género y en la proyección del rol social femenino de esposa y madre a la esfera pública.
Este feminismo asumía las distinciones entre los sexos, tanto biológicas como culturales, por lo que existía una naturaleza femenina diferente a la masculina que fomentaba la división sexual del trabajo y de las funciones dentro de la familia y la sociedad. Este planteamiento era feminista porque reclamaba los derechos de las mujeres, como mujeres, definidas por sus capacidades para ser madres que podían contribuir a la sociedad de manera diferenciada que los hombres sin que eso supusiera desigualdad con ellos.


En el editorial de Mujeres Libres, las diferentes naturalezas de hombres y mujeres ocupa un espacio central, reafirmando que el feminismo que buscaban es:
(…) más sustantivo, de dentro a afuera, expresión de un “modo”, de una naturaleza, de un complejo diverso frente al complejo y la expresión y la naturaleza masculinos.

La naturaleza masculina tiene exceso de audacia, de rudeza, de inflexibilidad, esas características del hombre han dado a la vida este sentido feroz por el que unos se alimentan de la miseria y el hambre de los otros. ¿Y las virtudes femeninas?, la naturaleza femenina se basaba en la comprensión, (…) ponderación y afectividad.
Dos naturalezas diferentes que debían equilibrarse y complementarse, entre otros motivos porque la especie para reproducirse necesita de dos elementos, masculino y femenino. Pero también porque la concepción feminista de Mujeres Libres (anticipada por las “dos teresas”) buscaba un destino común con los hombres, lo que no impedía señalarlos como causantes de la subordinación de la mujer, incluso cuando el tirano, como decía Teresa Claramunt, llevaba blusa y alpargata.


Un feminismo (llamado también humanismo integral) que como ya se ha señalado tenía una impronta de clase, al unir emancipación femenina con transformación social, y una clara concepción ácrata que se manifestaba en esta primera editorial en tres aspectos, por un lado el rechazo de la tiranía de la política (y de la religión) que:
(…) es como decir poder, y donde hay poder hay esclavitud, que es relajamiento y miseria moral. La política no entiende los problemas humanos, sino de intereses de secta o de clase (…) Esta es la incubadora permanente de la guerra. (…) [y] el germen del imperialismo.

Por otro lado, unida a esta crítica de la política, la defensa de la libertad al declararse partidarias de una vida libre y digna, donde cada hombre –empleamos esta palabra en sentido genérico- pueda ser el señor de sí mismo. Y la acción directa y libre como procedimiento nuevo para una vida nueva.
La revista Mujeres Libres se centró en artículos de contenido político y cultural, así como aspectos referidos a la maternidad y el cuidado de los hijos/as, la educación, la salud e incluso la moda. Este primer número es una muestra de esta variedad de temas. Artículos de Amparo Poch (con su nombre o con el de Dra. Salud Alegre), “Sanatorio de optimismo” y “El recién nacido”, ya que como médica que era, divulgó enseñanzas esenciales sobre maternidad, puericultura, sexualidad e higiene. Un artículo de la maestra Antonia Maimon sobre “Temas pedagógicos”, mostrando la relevancia que el anarquismo siempre dio a la educación como pilar fundamental de la rebelión contra la opresión. Un artículo sobre la vivienda de Luisa Pérez que era reflejo del interés del anarquismo, debido a su concepción de la opresión que va más lejos de la explotación económica, por  aspectos claves de la existencia: alimentación, vivienda, salud, familia, amor, sexualidad, relación y respeto a la naturaleza, etc.
En este primer número no podían faltar  las aportaciones de Lucía Sánchez Saornil con un artículo sobre “El espíritu nuevo en Castilla” y Mercedes Comaposada con un artículo titulado: “Cinema valorable. “Tiempos Modernos” o la locura de Charlot”.
Deporte, moda, un artículo de crítica al imperialismo italiano en Abisinia y crítica literaria, completan este primer número de Mujeres Libres que podemos considerar como una auténtica declaración de intenciones de su recorrido posterior.




[1] Soledad Gustavo (Teresa Mañé),  “La Mujer. A mi joven amiga María Montseny III”, El Productor, 21-02-1890, nº 185.
[2] Esta reflexión es de Gloria Espigado Tocino, “Las mujeres en el anarquismo español (1869-1939)”, Ayer, nº 45, pp. 42 y 65.
[3] Todas las citas de la editorial en Mujeres Libres nº 1, mayo 1936, Madrid, p. 1
* La primera ilustración la ha realizado Viki de Alicante de Dones Lliures para conmemorar el aniversario y, con su permiso, la reproduzco en este espacio.

martes, 3 de mayo de 2016

LA DEMOCRACIA ES LO INGOBERNABLE… LEYENDO A JACQUES RANCIÈRE Y RECORDANDO EL MOVIMIENTO DEL 15 M


La palabra democracia no designa ni una forma de sociedad ni una forma de gobierno; esta afirmación tan contundente me sorprendió e interesó cuando empecé a leer a J. Rancière. Tenemos la idea anquilosada de que es así y hablamos de “sociedad democrática” o de “gobierno democrático” dando lugar a dicha identificación.










Según este filósofo francés se está fraguando en la actualidad  una operación triple: (…) primero, referir la democracia a una forma de sociedad; segundo, identificar esta forma de sociedad con el reinado del individuo igualitario, subsumiendo en este concepto toda clase de propiedades diversas, desde el gran consumo  hasta las reivindicaciones de los derechos de las minorías, pasando por las luchas sindicales; y, por último, acreditar a la “sociedad individualista de masas”, identificada así con la democracia, la búsqueda del crecimiento indefinido inherente a la lógica de la economía capitalista[1]. El “hombre democrático” trata todas las relaciones según un solo modelo: las relaciones fundamentalmente igualitarias anudadas entre un prestador de servicios y su cliente, por tanto, se identifica la igualdad con el igual intercambio de la prestación mercantil, transformando de esta manera el reino de la explotación en el reino de la igualdad (Rancière, 2006: 34-35).

Tanto hoy como ayer lo que organiza a las sociedades es el juego de las oligarquías. Y no hay estrictamente hablando, ningún gobierno democrático. Los gobiernos son ejercidos siempre por la minoría sobre la mayoría. En consecuencia, el “poder del pueblo” es necesariamente heterotópico[2] a la sociedad desigualitaria, como lo es al gobierno oligárquico. Este poder desvía al gobierno de sí mismo, desviando de sí misma a la sociedad. Por lo tanto, marca también la separación entre el ejercicio del gobierno y la representación de la sociedad (Rancière, 2006: 76).

Por tanto, vivimos en Estados de derecho oligárquicos en los que el sistema mayoritario conforma los llamados “partidos de gobierno” que van ejerciendo el poder de forma alterna (el famoso “bipartidismo” consolidado en la transición democrática española) eliminando a los partidos extremistas. De esta forma la mayoría, es decir, la minoría más fuerte, gobierna sin oposición.

Señala Rancière algo que siempre me ha sorprendido y es la admirable constancia cívica de un elevado número de electores/as que persisten en movilizarse para elegir entre representantes equivalentes de una oligarquía de Estado que ha dado tantas pruebas de su mediocridad, cuando no de su corrupción (Rancière, 2006:109).


“¡Pero eso ha cambiado ahora con la irrupción de Podemos, e incluso de Ciudadanos!”, podría señalarme algún lector/a. No es ninguna novedad, la vitalidad de nuestros parlamentos ha sido alimentada varias veces por partidos que parecía que venían a cambiarlo todo: partidos obreros (socialistas especialmente), partidos comunistas, partidos verdes, etc., que llegaron denunciando la mentira de la representación y acabaron integrados en el sistema oligárquico. Es el caso de los partidos socialistas (en menor medida pero también estaban cómodamente integrados los partidos comunistas con denominaciones diversas o los “verdes”) que ahora intentan hacernos creer que pueden colaborar en una unidad de las izquierdas renovadoras, transversales y otras perlas del vocabulario de dichos partidos.

La alianza oligárquica de la riqueza y la ciencia reclama hoy todo el poder y condena todas las formas de secesión respecto del consenso dominante. Sin embargo, aquí y allí aparecen movimientos que cuestionan el consenso oligárquico como el avance de los partidos de extrema derecha, de los nacionalismos identitarios y de los integrismos religiosos que apelan al viejo principio del nacimiento y la filiación, a una comunidad arraigada en el suelo, la sangre y la religión de los antepasados. Lo hacen también las luchas que rechazan la exigencia económica mundial reivindicada por el orden consensual para cuestionar los sistemas de salud y de jubilaciones o el derecho laboral.

Esto no quiere decir que las oligarquías no tengan capacidad de reacción, para ello han inventado instituciones supraestatales que no son a su vez Estados, que no son relevantes para ningún pueblo, y que despolitizan los asuntos públicos, los llevan a lugares que son no-lugares y no dejan espacio a la invención democrática de lugares polémicos. De esta manera, los Estados y sus expertos pueden entenderse tranquilamente entre sí. Sirven para instaurar espacios exentos de servidumbres a la legitimidad nacional y popular despolitizando los asuntos políticos (Rancière, 2006: 117-118).





El principio de representación sobre el que se basan los gobiernos implica la posibilidad de un poder oligárquico difícil de cuestionar, no imposible. Rancière nos sorprende afirmando que un movimiento democrático es aquel que pone en su centro la cuestión política fundamental: la competencia de los “incompetentes”, la capacidad de quienquiera para juzgar las relaciones entre los individuos y la colectividad, entre el presente y el futuro (Rancière, 2006: 120). Rancière desmonta la común idea que tenemos de la democracia, señalando que es la manifestación, siempre disruptiva y conflictiva, del principio igualitario[3], lo ingobernable, es decir, la acción igualitaria que desordena el reparto jerárquico de lugares, papeles sociales y funciones, abriendo el campo de lo posible y ampliando las definiciones de la vida común. Se trata por tanto de una dinámica autónoma con respecto a los lugares y a los tiempos de la agenda estatal.

Sería ilógico pensar que esa ingobernabilidad puede tener una traducción institucional en la constitución de un Estado democrático, es imposible que ese contenido disruptivo y expansivo pueda ser constreñido en las formas del Estado.

La historia conoció dos grandes títulos para gobernar a los hombres: uno que estriba en la filiación humana o divina, o sea, la superioridad por nacimiento; otro que estriba en la organización de las actividades productivas y reproductivas de la sociedad, o sea, el poder de la riqueza (Rancière, 2006: 70). Para romper estos dos títulos se necesita uno suplementario, común a los que poseen todos los títulos pero también común a quienes los poseen y no los poseen. Pues bien, el único que queda es el título anárquico, el título propio de aquellos que no tienen más título para gobernar que para ser gobernados (Rancière, 2006: 70). Esto es la democracia, el poder de cualquiera.

La sorprendente propuesta se complementa con el sorteo, que se practicaba en el origen de la democracia, significando la inexistencia de título alguno para gobernar, por tanto, la ausencia misma de la superioridad; (…) el sorteo era el remedio para un mal a la vez mucho más grave y mucho más cercano que el gobierno de los incompetentes: el gobierno de una competencia específica, la de hombres con habilidad para tomar el poder mediante artimañas (Rancière, 2006: 65). Hoy esto nos llena de estupor porque estamos habituados a algo que no estaban habituados en otras épocas, que el primer título para seleccionar a quienes son dignos de ocupar el poder es el hecho de que deseen ejercerlo (Rancière, 2006: 65). Por el contrario considera que el buen gobierno es el gobierno de aquellos que no desean gobernar. (…) No hay gobierno justo sin participación del azar (Rancière, 2006: 67).

El principio anárquico afirma un poder del pueblo  que desafía, como ocurrió en los años sesenta y setenta en Europa y EUA, la autoridad de los poderes públicos, el saber de los expertos y el savoir-faire de los pragmáticos (Rancière, 2006: 19).

TODAS LAS FOTOGRAFÍAS SON DE  JURE KRAVANJA




[1] Jacques Rancière (2006): El odio a la democracia. Amorrortu, Buenos Aires, p. 35 (las negritas son mías).
[2] Foucault denomina como heterotopía a los espacios que construimos con la imaginación sobre la realidad física de un espacio real, dimensionable, adquirible con los sentidos, susceptible de ser dibujado en definitiva. Esos espacios son el fondo de un jardín donde los niños plantan la tienda de apache, o la cama de los padres que se convierte en un océano, o un bosque poblado por fantasmas entre las sábanas.
Esta capacidad de construir sobre lo construido, de alterar la significación real de un espacio a partir de la imaginación, de proyectar en términos emocionales un significado que va mucho más allá que el estrictamente dado por la dimensión física y funcional de la arquitectura. Conferencia radiofónica de Michel Foucault (7 de diciembre de 1966) en France-Culture, que se puede encontrar en http://www.mxfractal.org/RevistaFractal48MichelFoucault.html 
[3] Amador Fernández Savater (2015): “¿No nos representan?” Discusión entre Jacques Rancière y Ernesto Laclau sobre Estado y democracia. Buenos Aires, 16 de octubre de 2012.