Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

miércoles, 23 de marzo de 2016

JUSTOS, SALVADORES Y PARTISANOS. TIMOTHY SNYDER: Tierra negra. El Holocausto como historia y advertencia.


Cuando hice la reseña  sobre este libro ya señalé, que para no alargarla en exceso, los tres últimos capítulos los dejaba para una segunda parte. Estos capítulos sintetizan las acciones y actitudes de enfrentamiento al nazismo y de auxilio a las víctimas. Me interesaba conocer quienes fueron capaces de separarse de la masa y, aun a costa de arriesgar la propia vida y la de sus familias o vecinos, ayudar a los perseguidos/as, especialmente a la población judía.

Decía H. Arendt en Eichmann en Jerusalén que tan solo los seres “excepcionales” podían reaccionar “normalmente”, es decir, desde criterios morales y que la abrumadora mayoría del pueblo alemán creía en Hitler (…). Contra esta ciclópea mayoría se alzaban unos cuantos individuos aislados que eran plenamente conscientes de la catástrofe nacional y moral a que su país se dirigía. Los pocos justos fueron muy pocos confirma Timothy Snyderm, en Alemania y en la Europa oriental.

LOS POCOS JUSTOS
Joseph Roth en 1939 señalaba que la indiferencia resulta brutal cuando se enfrenta a lo humano:
(…) los indiferentes siempre han contribuido a que el mal triunfe. Si el humanitarismo se percibe como excepcional, ello significa que la inhumanidad es lo acostumbrado. Lo natural se convierte sin más en sobrenatural. (…) Nada es tan brutal como la indiferencia frente a lo que ocurre en el terreno de lo humano
Amparados en esa indiferencia, la mayoría de los judíos casi siempre fueron rechazados en su huida y morían. Las pocas personas que los ayudaban  lo hicieron porque eran capaces de imaginar cuán distintas podían ser sus propias vidas. El riesgo al que se exponían quienes ayudaban a los judíos lo compensaban con la visión del amor, del matrimonio, de los hijos, de soportar la guerra hasta que llegase la paz. Incluso el deseo sexual y el matrimonio era una posibilidad. El amor por los niños/as, ser una ayuda en una granja, podían ser otras posibilidades.


En la mayor parte de los casos que se socorría a los judíos, no había por medio ninguna institución, ni siquiera una privada como la granja, la casa, una familia o una relación amorosa. ¿Qué ocurría cuando no había ninguna motivación humana, ni ningún vínculo entre el acto individual de rescate y el universo en que tenía lugar, ni ninguna perspectiva de que el judío pudiese complementar el futuro del resto? ¿Quién acudía en su auxilio? Casi nadie.

Snyder analiza los motivos de los pocos justos y concluye que podían estar relacionados con algún elemento presente en el primer encuentro. Los judíos podían sobrevivir si se abstraían de su propio sufrimiento y eran capaces de observar el encuentro desde la perspectiva del otro. Las motivaciones eran diversas: sentirse obligado a ayudar a quien lo necesitaba, rebeldes de nacimiento,  o la firmeza en construir un lugar en el planeta que fuera seguro para los perseguidos. Integridad desinteresada, sentido de la humanidad, hospitalidad, amabilidad, comportamiento “normal”, bondad… Snyder analiza todas las posibilidades y afirma lo difícil que resulta conocer dichas motivaciones porque, en general, los que ayudaron no lo explican y si lo hacen es con modestia. Solían ser personas, señala Snyder, que en tiempos de paz solían tomarse las normas éticas y sociales quizás demasiado al pie de la letra. Eran, además, personas que se conocían a sí mismas.

Con querer ayudar no bastaba debido a que las presiones existentes, el riesgo y la duración de la ayuda podían ser excepcionales.
Era un época en la que ser bueno significaba no solo evitar el mal, sino actuar con total convicción por el bien de un desconocido, en un planeta en el que el infierno, no el cielo, era la recompensa a la bondad (353).
Resultaría consolador creer que las personas que provocaron la muerte de los judíos se comportaban de forma irracional, pero, de hecho, lo que a menudo hacían era adscribirse a la racionalidad económica estándar. Los pocos justos se comportaban de un modo que la norma, basada en cálculos económicos de bienestar personal, concebiría como irracional.

LOS SALVADORES GRISES
Como ya sabemos, en los lugares donde el Holocausto tuvo lugar, los Estados habían sido aniquilados, las leyes abolidas y la previsibilidad de la vida diaria destrozada. En este panorama grotesco los judíos debieron asumir toda la responsabilidad de sus propias vidas; actuaron de forma extraordinaria en unas circunstancias que escapaban a su entendimiento. Tuvieron que luchar contra la inercia colectiva, abandonar a sus familias y seres queridos y enfrentarse a lo desconocido. (…) no había nada que pudiera servir de preparación para lo que se inició en 1941 (286).
Los salvadores grises fueron personas que proporcionaban “papeles” a los perseguidos/as. Para personas que habían quedado desprotegidas completamente por la aniquilación del Estado, disponer de documentos, aunque fueran falsos, podía suponer la vida. Parece paradójico pero Snyder constata la  existencia de mujeres judías del este que fueron a Alemania ocultando ser judías con documentos falsos y salvaron la vida. En este sentido los diplomáticos, por poder dar “papeles”, salvaron  a muchos judíos, un ejemplo fue el cónsul español de Burdeos, Eduardo Propper de Callejón.









Irena Sendlerowa tiene una calle dedicada en Varsovia por su ayuda a niños y niñas judías.

PARTISANOS DE DIOS Y DE LOS HOMBRES
Respecto a quienes ofrecieron resistencia, partisanos de los hombres, Snyder describe los dos grupos que opusieron resistencia a los alemanes tras las líneas del frente oriental: el Ejército Nacional polaco y los partisanos soviéticos. Ambos luchaban contra los alemanes y ambos aspiraban a controlar las mismas tierras del este tras la guerra, tierras que eran la patria universal de los judíos.
Estos partisanos de los hombres salvaron a algunos judíos o los incorporaron a sus filas si les convino, pero tendieron a negar el especial sufrimiento de los judíos. Stalin explico a sus aliados que trataría los territorios adquiridos al aliarse con Alemania como si siempre hubieran sido soviéticos. Las fuerzas soviéticas cuando entraron en esas tierras llevaban amnesia entre su munición: la anterior ocupación de 1939 debía olvidarse y considerarse su llegada en 1944 como liberación del fascismo. En cambio el Ejército polaco que nunca había combatido al lado de Alemania, fue considerado por los soviéticos como fascista y muchos de sus oficiales ejecutados.
La propaganda soviética y polaca negó el  sufrimiento de los judíos y retrató sus asesinatos como parte del martirio generalizado de la pacífica ciudadanía soviética o polaca. Todo ello buscaba justificar entre otras cosas la apropiación de propiedades judías. El gobierno de estilo soviético en Polonia, al igual que en los demás lugares, requería el monopolio de la virtud, así como el control del pasado.
Respecto a los partisanos de dios, la ayuda de las iglesias a los judíos fue nula entre las iglesias que habían disfrutado de una relación estrecha con el Estado antes de la guerra y/o eran mayoritarias. Los cristianos que se compadecieron de los judíos fueron excepciones dentro de la catástrofe moral de la cristiandad durante el Holocausto.

Un balance tan escueto de las ayudas recibidas por los judíos debería hacernos pensar sobre los intereses políticos que saltan por encima de lo puramente ético, la indiferencia ante lo humano, los comportamientos colectivos manipulados con destreza por el poder y tantas otras cuestiones que siguen en juego cuando se trata ayudar a las personas indefensas que sufren persecución. Naturalmente pienso en los miles de personas refugiadas que llegan a Europa desde Siria.

domingo, 13 de marzo de 2016

LA BELLEZA Y OTRAS REFLEXIONES DE BYUNG-CHUL HAN

Mi admiración por la obra de Byung-Chul Han me ha ido conduciendo a leer cada uno de los libros que la editorial Herder va publicando. En este nuevo libro, La salvación de lo bello, Han profundiza en uno de sus temas fundamentales, la negatividad frente a la alabada positividad. Han ya había cuestionado el exceso de positividad de nuestra sociedad[1], afirmando que su violencia no se percibe de forma inmediata ya que no parte de una negatividad extraña al sistema sino que es sistémica, es una violencia inmanente al sistema. La negatividad es entendida por Han como la acción que dice NO y es soberana, es lo que mantiene la existencia llena de vida, inspirándose en Nietzsche. Hay dos formas de potencia, la positiva es la potencia de hacer algo, la negativa es la potencia de no hacer, en términos de Nietzsche, decir NO. Se diferencia, no obstante, de la mera impotencia, de la incapacidad de hacer algo. La negatividad del NO constituye un proceso extremadamente activo puesto que la negatividad es ruptura.  Es un ejercicio que consiste en alcanzar en sí mismo un punto de soberanía, en ser centro.

JEFF KOONS, BILBAO, 2010

La salvación de lo bello arranca con un capítulo titulado “Lo pulido”, en el que cuestiona el arte de Jeff Koons, como representante de lo que Han considera arte infantil, banal, vaciado de toda profundidad, de toda abisalidad de toda hondura. Un arte pulido, pulimentado, bruñido, abrillantado, en el que uno no se encuentra con el otro, sino solo consigo mismo, un arte en el que queda eliminada la alteridad o la negatividad de lo distinto y de lo extraño. Un arte que solo quiere agradar, al que se le quita toda forma de conmoción, vulneración y  derrumbe, en definitiva al que se priva de toda negatividad.


Otro tema habitual en la obra de Han y que vuelve a aparecer en esta obra es lo pornográfico frente a lo erótico. Para Han el Eros agoniza, el capitalismo intensifica el progreso de lo pornográfico en la sociedad, en cuanto lo expone todo como mercancía y lo exhibe. No conoce ningún otro uso de la sexualidad. Profaniza el Eros para convertirlo en porno, a través de la desritualización y desacralización. La cultura de consumo estimula que el sujeto moderno perciba cada vez más sus deseos y sentimientos de manera imaginaria a través de mercancías y de las imágenes de los medios[2].
En obras anteriores[3], y en esta también lo recupera, lo pornográfico se aplica  a los flujos de información y datos, ya que estos no tienen, ni reversos, ni doble fondo. Los datos y la información, frente al saber, se entregan a una visibilidad total, habitan un tiempo que se ha satinado a partir de puntos de presente indiferenciados, es un tiempo sin acontecimientos ni destino y, por ello, la información es una forma pornográfica del saber. La permanente presencia pornográfica de lo visible en el arte destruye lo imaginario. Paradójicamente, no da nada a ver, refiriéndose a la obra de Koons. De la misma manera, lo pornográfico se aplica al cuerpo al despojarlo de su lenguaje, el rostro ya no contiene mundo, es decir, ya no es expresivo. El selfie  es ese rostro vacío e inexpresivo y remite al vacío interior del yo; algo parecido ocurre con el Quantified Self que provee al cuerpo de sensores digitales que registran todos los datos que se refieren a la corporalidad, transformando el cuerpo en una pantalla de control y vigilancia.


El tema central de esta obra es la belleza. Han señala la estética de la modernidad como el momento en que lo bello y lo sublime se disgregan. Han considera que se ha de revocar tal separación y, partiendo de esta afirmación, señala que lo bello natural queda cerrado a la mera complacencia y anuncia lo completamente distinto, la negatividad, su temporalidad es el ya del todavía no y se manifiesta en el horizonte utópico de lo venidero. Lo bello es un escondrijo porque no existe la belleza transparente, ésta es necesariamente una apariencia porque el desvelamiento la desencanta y la destruye. Como ya se ha señalado, la pornografía como desnudez sin velos ni misterios es la contrafigura de lo bello, por tanto, de lo erótico.
Ver en un sentido enfático, siempre es ver de forma distinta, es decir, experimentar y exponerse a una vulneración. Sensibilidad es vulnerabilidad. Aprender a ver es un dejar que algo suceda o un exponerse a un suceso. De la experiencia forma parte necesariamente la negatividad del verse conmocionado y arrebatado, que es la negatividad de la vulneración. Sin dolor ni vulneración prosigue lo igual, lo que nos resulta familiar, lo habitual, el infierno de lo igual donde no hay verdad.
Puesto que lo bello da testimonio de lo no idéntico, se sitúa entre el desastre y la depresión, entre lo terrible y lo utópico, entre la irrupción de lo distinto y el anquilosamiento de lo igual (66).
Propugna la distancia contemplativa hacia el objeto eliminando el exceso de estímulos del régimen estético actual que elimina lo bello y lo entrega al consumo. Pone como ejemplo la sexualización del cuerpo en la actualidad, que no emancipa sino que comercializa el cuerpo. El consumo elimina la duración y el carácter y por ello triunfa la inconstancia y la evanescencia de la moda. El consumidor ideal es un hombre sin carácter que lo impulsa al consumo indiscriminado. Facebook es un mercado de la falta de carácter.
Lo bello es un fenómeno del lujo. Ya en otra obra anterior Han planteaba la defensa del lujo[4] y afirmaba que nuestro futuro dependerá de que seamos capaces de servirnos de lo inservible más allá de la producción. El lujo, en su sentido primario, no tenía nada que ver con la praxis consumista. Es, por el contrario, una forma de vida que está libre de la necesidad y de lo útil. El lujo solo es pensable más allá del trabajo y del consumo. Visto así, el lujo es afín al ascetismo y ahí encuentra su espacio lo bello.
Por tanto, lo bello enseña a demorarse desinteresadamente en algo. Lo bello es una finalidad en sí mismo, existe por sí mismo, el sujeto se sume contemplativamente en el objeto y se unifica y reconcilia con él. Lo bello no hace propaganda de sí, no seduce, solo invita a demorarse contemplativamente, por ello es la antítesis de la lógica del capital. Lo bello permite desembarazarse de sí mismo y que el yo se suma en lo bello desprendiéndose de sí mismo. Cuando esto ocurre el tiempo se queda quieto y es lo que permite distinguir la visión estética de la percepción meramente sensible. El ver llega a su destino. La experiencia dichosa de la duración surge de una fusión de pasado y presente. El presente se ve conmovido, vivificado, fecundado por el pasado, por ello el recuerdo puede ser la esencia de la existencia humana.
La belleza es el acontecimiento de una relación. Le es inherente una temporalidad peculiar. Se sustrae al disfrute inmediato, pues la belleza de una cosa solo se manifiesta más tarde, a la luz de otra cosa, como reminiscencia. Consta de sedimentaciones históricas que fosforecen.(…) A la belleza no se la encuentra en un contacto inmediato. Más bien acontece como reencuentro y reconocimiento (103).
Lo bello es vinculante, funda duración. Es lo que da la medida por excelencia. La salvación de lo bello es la salvación de lo vinculante.





[1] La sociedad del cansancio (2012), p. 23.
[2] En Eros e incertidumbre actual.
[3] La sociedad de la transparencia y En el enjambre.
[4] En Psicopolítica

jueves, 3 de marzo de 2016

TIMOTHY SNYDER (2015): Tierra negra. El Holocausto como historia y advertencia.

Tras la lectura de Tierras de sangre. Europa entre Hitler y Stalin, obra que ha aparecido en este espacio en diversas ocasiones, no dudé en leer esta nueva publicación que complementa la anterior.

Tierra negra. El Holocausto como historia y advertencia, plantea una idea interesante desde el mismo título: la historia puede tener un papel importante para explicar aquello que ocurrió, avisando lo que puede volver a ocurrir. El punto de partida de la obra es entender el desafío hacia la política convencional que fueron las ideas de Hitler, haciendo viable un crimen sin precedentes. El nazismo construyó una cosmovisión que contenía el potencial para cambiar todo a través de su proyecto de mundo perfecto en el que sobraban los judíos y que podía canalizar las tensiones de la globalización. Analizar las ideas, del “mundo de Hitler”, explica cómo se pueden reproducir en “nuestro mundo”, según el autor.
Aun cuando el intento es loable, resulta arriesgado que un historiador entre en el terreno del análisis de la actualidad y prevea posibilidades de futuro. Pero al margen de las conclusiones finales, que sería el capítulo más discutible (y cuestionable), Tierra negra es una obra de gran calidad que explica aspectos determinantes del Holocausto.
La obra está dividida en doce densos capítulos en los que se analizan todos aquellos aspectos que definieron el mundo de Hitler y los objetivos que perseguía. Los tres últimos capítulos, de los que me ocuparé en otro momento, sintetizan las acciones y actitudes de enfrentamiento al nazismo (o al stalinismo, en menor medida) y de auxilio a las víctimas.
Tierra negra, desde mi punto de vista, aporta claves interpretativas que esclarecen aspectos fundamentales de lo ocurrido en Europa oriental, entre 1933 y 1945. Esas claves son las que trataré de sintetizar.



La concepción nazi del ser humano en relación a la naturaleza. El espacio vital.
Resulta imprescindible partir de las propias ideas de Hitler para comprender la lógica racional, que la tiene, de su pensamiento político.
Hitler rompió con las escuelas de pensamiento político que presentaban a los seres humanos diferenciándolos de la naturaleza por su capacidad de imaginar y crear nuevas formas de asociación. Para el nazismo, la estructura inmutable de la vida residía en la división de los animales en especies, condenados a un “aislamiento interno” y a una lucha constante hasta la muerte. Hitler estaba convencido de que las razas humanas eran como las especies y que el incesante conflicto de las razas no era un elemento más de la vida, sino su esencia. Por tanto, los humanos no eran en realidad más que un elemento de la naturaleza y esta consistía en una cruenta lucha. La ley de la selva era la única ley, las personas debían reprimir toda tendencia a la compasión y ser codiciosas.
Los judíos no eran una raza, sino una no-raza o contrarraza, ya que ellos obedecían a la extraña lógica de la “no naturaleza” porque se resistían a los imperativos básicos de la naturaleza e inventaban ideas generales que alejaban a las razas de la lucha natural, generando conceptos que permitían ver el mundo menos como una trampa ecológica y más como un orden humano.
Al equiparar la naturaleza con la política, el nazismo no solo abolía el pensamiento político, sino también el científico, puesto que ninguna raza, por avanzada que fuera, podía cambiar la estructura básica de la naturaleza mediante ninguna innovación.
Vinculado con esta concepción de la naturaleza, el espacio vital era un término que expresaba toda la amplitud de significado que el nazismo asignaba a la lucha natural, que iba desde la lucha racial permanente por la supervivencia física hasta la guerra sin fin por la percepción subjetiva de querer tener el nivel de vida más alto del mundo. Alemania necesitaba controlar territorio suficiente para producir alimentos sin coste para la industria. Esos territorios, eran imaginados como “espacios” que estaban de hecho “abiertos”, es decir, no ocupados por “nadie”, el racismo convertía las tierras pobladas en potenciales colonias. Aunque esas tierras estaban ocupadas por el grupo cultural más grande de Europa, los eslavos (ucranianos, rusos, bielorrusos y polacos), el problema quedó solventado al ser considerados como raza inferior. De esta manera el principal objetivo de Hitler se podía poner en marcha: enviar a los alemanes a una fatídica guerra de destrucción racial en el este.

La creación de la no estatalidad y  la guerra de destrucción racial en el este
Snyder, en una de sus principales claves interpretativas, considera que la destrucción del Estado, es decir, la no estatalidad permite poner en marcha su revolución al dejar desprotegidas a las personas, especialmente a las minorías que son las que más necesitan de la protección del Estado y del imperio de la ley. Su ideología le permitía prever la destrucción de Estados en nombre de la naturaleza y así posibilitar la guerra racial. La revolución nazi se basaba en no reconocer la ciudadanía y arrastrar a Alemania junto a Europa al desgobierno. A Hitler no le importaba el destino de su propio Estado porque creía en un mundo formado por razas más que por Estados y actuaba en consecuencia. La destrucción del Estado podía ser el final de la guerra o el principio. Cuando la guerra se volvió en su contra, la matanza de judíos bajo control alemán se aceleró. Para él las derrotas alemanas sacaban a la luz la mano oculta del enemigo judío mundial, cuya destrucción era necesaria para ganar la guerra y redimir a la humanidad; el exterminio de judíos era una victoria para la especie. 
Hitler no era un nacionalista alemán seguro de la victoria de su país que aspiraba a ampliar el Estado alemán, sino un anarquista zoológico que creía que debía restaurar el estado natural de las cosas (p. 277).
Esta revolución se anticipó, antes de la guerra, cuando las SS en Alemania crearon en los campos de concentración pequeñas zonas dentro del país donde el Estado carecía de jurisdicción, es decir, de no estatalidad. Himmler estableció el primer campo de concentración en 1933 en Dachau, en él el Partido Nazi (no el Estado alemán) podía castigar al pueblo (comunistas, socialistas, disidentes políticos, homosexuales, criminales y maleantes) de manera extralegal, al margen de la protección del Estado y aislados de la comunidad nacional alemana. La voluntad de Hitler podía, pues, separar a los órganos coercitivos de la ley y del Estado.
El precedente de los campos alemanes como espacios de la no estatalidad se confirmó en 1938 cuando el Estado austriaco dejó de existir y Hitler proclamó la Anschluss, los nazis comprobaron que la mejor manera de separar a los judíos de la protección del Estado era destruirlo. Ningún estado se interesó por la desaparición de Austria, pero los judíos vieron el inicio de un proceso generalizado de separación de los Estados europeos y empezaron a intuir que no tenían lugar donde ir. La destrucción de Austria supuso la llegada de judíos  a Polonia, que reaccionó también intentando quitar la nacionalidad a los judíos polacos que vivían en el extranjero arrebatándoles la ciudadanía y dejándoles en situación vulnerable.
Alemania buscó, a partir de noviembre de 1938, la alianza con Polonia tras había absorbido Austria (y su oro) y gran parte de Checoslovaquia (y sus armas), unos nueve millones de personas. Pero las autoridades polacas no querían guerra y dudaban de la buena voluntad de los alemanes, de esta manera, al no aceptar el pacto se convirtieron en una barrera para la guerra de destrucción racial en el este.  En esa situación se inscribe el pacto con la URSS a la que le interesaba ese pacto para rehacer Europa del Este (cosa que Londres y París no le ofrecían). El acuerdo firmado por Ribbentrop y Mólotov el 23 de agosto de 1939 era más que un pacto de no agresión, incluía un protocolo secreto que dividía Finlandia, las tres repúblicas bálticas y Polonia en dos esferas de influencia, la soviética y la alemana. Esta zona era además uno de los núcleos territoriales de la comunidad judía mundial que los judíos llevaban poblando medio milenio sin interrupción, este núcleo se convirtió en el lugar más peligroso para los judíos en toda su historia: 20 meses después, allí daría comienzo el Holocausto y en tres años la mayor parte de los millones de judíos que vivían allí estarían muertos. Stalin sabía que estaba entregando a Hitler dos millones de judíos y la ciudad judía más importante de Europa, Varsovia.
La invasión alemana de Polonia se llevó a cabo bajo la premisa de que Polonia no existía y no podía existir nunca, por tanto, no hubo ocupación porque nada existía (una postura parecida mantuvo la URSS). De esta manera pudo dar comienzo la verdadera revolución nazi. Hitler no reconocía la ciudadanía y arrastraba a Alemania junto a Europa al desgobierno. Alemania trataba Polonia como Europa había tratado a las colonias: como un pedazo de tierra poblada por seres descontrolados e indefinidos; eso suponía reprimir personas y destruir las instituciones que de hecho estaban presentes aunque negadas. Había que destruir a la elite polaca, la intelligentsia, y a través de los Eisatzgruppen, cuerpos especiales de policías  y miembros de las SS, organizados por Heydrich, impedir la creación de la resistencia polaca. El camino al Holocausto se iba allanando.


La doble ocupación y el mal mayor
Para Snyder, el plan de Hitler de erradicar al pueblo judío del planeta requería algo más que la guetización o la proclamación de un orden colonial. La hipótesis del autor considera que, para precipitar el Holocausto, hacía falta una doble destrucción del Estado que implicaba: primero la destrucción de los Estados nación de entreguerras mediante las técnicas soviéticas y luego la del recién creado aparato del Estado soviético por las técnicas nazis, aún en construcción. Fue en la zona de doble ocupación donde se perfiló la Solución Final.
La destrucción que realizó la URSS se llevó a cabo con los medios que ya habían usado durante el Gran Terror: la policía secreta (NKVD) y las deportaciones a los gulag. Así, el poder soviético asesinó en masa a oficiales y otros ciudadanos, la élite culta, para evitar la resistencia  (en Katyn, en abril de 1940, 21.892 personas fueron asesinadas, entre ellas había judíos). Sus familias fueron deportadas, explotadas y desnacionalizadas, se legalizó el robo a través de las nacionalizaciones, resultando los judíos los más afectados.
La destrucción de los Estados por parte de la URSS provocó que hubiera gente que deseara la llegada de los alemanes para restaurar dichos Estados, algo falso pero con lo que jugaron los nazis. Hitler solo estaba interesado en librar a sus colaboradores políticos de los judíos.
Los alemanes llevaron el anhelo de anarquía (entendida como no estatalidad) que sólo se puede trasladar al extranjero, aprendieron a explotar la experiencia de la ocupación soviética para alcanzar sus propias metas, aún más radicales, e inventaron la política del mal mayor. En la zona de doble obscuridad, donde confluyeron la creatividad nazi y la precisión soviética, se encontraba el agujero negro del holocausto.
En 1941, los miembros de los Einsatzgruppen, los policías y los soldados, todos ellos alemanes, colaboraron con grandes sectores de la población local, de múltiples nacionalidades, que habían experimentado el dominio soviético. Acusar exclusivamente de estos asesinatos a los Einsatzgruppen fue un mito surgido en los juicios en Alemania para proteger a la mayoría de los asesinos y aislar los crímenes de la sociedad alemana en sí. Ciudadanos soviéticos de todas las nacionalidades, incluido un número considerable de comunistas, participaron en el asesinato de judíos junto con los alemanes.
De la misma manera, explicar que la población local colaboró por ser antisemita es contribuir al mito de que los asesinatos de judíos en el frente oriental respondieron a la ira justificada de los pueblos oprimidos contra sus supuestos caciques judíos. Es cierto que estaba extendido el antisemitismo, pero ese hecho no explica el asesinato en masa y eso lleva a pensar que, igual que alemanes y judíos tenían objetivos políticos, también los tenían los pueblos locales. Si se cae en la trampa de la etnificación y la responsabilidad colectiva, se abole el pensamiento político y se revoca la voluntad individual, por tanto, se puede caer en la complicidad con nazis y propagandistas soviéticos. Esta masacre sin precedentes no habría sido posible sin un estilo especial de política. Por tanto, la matanza de judíos la planificaban los alemanes pero la ejecutaban con la colaboración de personas de todas las nacionalidades presentes en la zona.
Los alemanes necesitaban personas de otras nacionalidades para que su ideología se extendiera más allá de sus fronteras. Al definir el comunismo como corriente judía y a los judíos como comunistas, los invasores alemanes perdonaron de facto a la gran mayoría de los colaboradores con el poder soviético (cuando la colaboración había sido de prácticamente toda la ciudadanía). El mito judeobolchevique confirmaba la idea a la que los nazis debían aferrarse para que su invasión tuviera sentido: un único golpe a la URSS podía ser el principio del fin de la conspiración judía mundial y un único golpe a los judíos podía acabar con la URSS.
La política consiste en la coordinación de actores con experiencias, percepciones y objetivos distintos; sin embargo en este lugar y este tiempo concretos, en los que un régimen extremadamente duro daba paso a otro, en los que la colaboración con los soviéticos había sido generalizada, y en los que las instrucciones nazis para el asesinato racial no eran específicas, no existía una fuente de autoridad política que sirviera de guía. La política del mal mayor fue una creación colectiva en una época de caos.
Se trataba de que aquellos que habían colaborado con los soviéticos, se congraciaran con los alemanes matando judíos. Hubo más colaboración allí donde existía la cuestión nacional y, por tanto, motivaciones políticas (por ejemplo entre los ucranianos, lituanos y letones) que creían que la invasión alemana favorecería sus intereses políticos.
Los judíos eran sacrificados en nombre de la sagrada mentira de la inocencia colectiva del resto (p. 212).
El mito judeobolchevique separaba a los judíos del resto de ciudadanos soviéticos, y a la mayoría de soviéticos de su propio pasado. El asesinato de judíos y el traspaso de sus bienes eliminaban el sentimiento de responsabilidad por el pasado.

En resumen…
Una ideología basada en el conflicto racial como esencia de la vida, el derecho a un espacio para las razas superiores que exterminan, o ponen a su servicio, a las no razas o razas inferiores.

La no estatalidad como clave para poner en marcha la revolución nazi basaba en arrastrar a Alemania junto a Europa al desgobierno. Alemania, gracias a la no estatalidad, engendró nuevas formas de hacer política que se pudieron aplicar en las zonas de doble ocupación (soviética y nazi) de la Europa oriental, lo que Snyder denominó en su obra anterior las tierras de sangre.

La revolución nazi, que se concretó muy pronto en el exterminio de los judíos al fracasar el intento de ocupación rápida de la URSS, contó con la colaboración de grandes sectores de la población local de múltiples nacionalidades, incluido un número considerable de comunistas. Esta colaboración no se debió solo al miedo o a reacciones irracionales, sino fundamentalmente a algo tan racional como que tenían objetivos políticos propios, recuperar sus estados nacionales.

La doble ocupación, el paso de un régimen extremadamente duro a otro, provocó la inexistencia de una fuente de autoridad política que sirviera de guía y la política del mal mayor se impuso. Los judíos eran sacrificados para justificar la mentira de la inocencia colectiva del resto.