Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

martes, 22 de septiembre de 2015

CATALUÑA, REPÚBLICA DE EUFEMISMOS

Eso sería mi moral: desconfiar y, cuando uno se convierte en víctima, oponer  resistencia; cómo, no sé. (…) pero hay otras posibilidades para defenderse y cuestionar permanentemente la infalibilidad de la prensa. Esa sería mi moral.
Heinrich Böll, entrevista en TV, 1974.
En Cataluña  existe un discurso oculto, del que me siento partícipe, el de los otros actores de la sociedad catalana que permanecen al margen de entidades políticas, ya sean partidos u organismos de la llamada sociedad civil subvencionada, los ciudadanos desubicados frente a la actual situación política. La Generalitat con gran potencial  político y una constante presencia mediática ha establecido una distancia enorme entre los dominantes, que defienden la independencia arrasando con cualquier posible crítica contraria a su política social o sobre la corrupción practicada durante decenios, y los dominados que han quedado silenciados para expresar su descontento y escasamente representados por una izquierda exenta de contaminación nacionalista.


Tal es la hegemonía actual de este bloque dominante que, en la campaña para las elecciones autónomicas-plebiscitarias, apenas se hablará del subdesarrollo social de Catalunya[1] propiciado por los sucesivos gobiernos de CIU. El deterioro del bienestar y de la calidad de vida de las clases populares es de tal magnitud que hemos descendido hasta la peor situación de la época democrática, tal y como afirma Vicenç Navarro. El desempleo afecta a uno de cada cuatro adultos y más de la mitad de los jóvenes están en paro, el número de personas que llevan buscando trabajo durante dos años sin éxito ha crecido en un 1.000%. También ha aumentado el número de familias en las que todos los miembros activos de la unidad familiar buscan, pero no encuentran, trabajo. La mayor destrucción de empleo se ha producido desde 2011 con gobierno de CIU (ahora divididos en CDC y UDC). Estos y otros datos que proporciona el artículo de Vicenç Navarro ha provocado que Catalunya sea el país con mayores desigualdades después de Grecia, Portugal y España. Sin embargo todo este dolor humano, que se ha creado durante la crisis y del que son responsables CIU y ERC por su apoyo constante a las políticas de CIU, no emergerá en la campaña electoral y será acallado por el dominio mediático que ejerce sin contemplaciones el poder político y que es coreado por una masa disciplinada que arremete contra quien intenta ponerlo sobre la mesa de la actualidad electoral. ¿Cómo han llegado súbitamente (hasta hace menos de un decenio el independentismo a duras penas llegaba al 20% en Cataluña) miles de ciudadanos/as a esta ceguera fanática? La potenciación de la identidad y la autoconfianza, señala Juan M. Blanco[2], en un mundo de dudas e inseguridades interiores, es el mecanismo psicológico que alimenta el nacionalismo. Identificarse con una nación permite atribuirse cualidades, nunca defectos, que el nacionalismo atribuye a esa idealizada colectividad. No sirve de nada visibilizar los datos del derrumbe social catalán, el nacionalismo como creencia que es, se mueve por emociones mesiánicas y nada razonado les apartará del camino de la “salvación” (=de la independencia).

Por tanto, cuanto más arbitrariamente se ejerce el poder, el discurso público de los dominados adquiere una forma más estereotipada y ritualista, en otras palabras, cuanto más amenazante sea el poder, más gruesa será la máscara de silencio tras la que se esconden[3]. Sin embargo, los dominados existen y se expresan desde el ámbito de la infrapolítica, nos advierten que existe una gran variedad de acciones de resistencia que recurren a formas indirectas de expresión como chistes, canciones, imágenes, blasfemias, chismes, juegos de palabras, metáforas, gestos y desorden (que hoy viajan por WhatsApp y las diversas redes sociales pero que también se expresan en bares, cafés y mercados). Algo que nos recuerda a lo sucedido durante la Transición democrática (1975-1982). En Cataluña a este sector que compone la mayoría de la población, desmovilizada pero obstinadamente renuente a votar la propuesta independentista, le identifican el anonimato y el silencio excepto cuando se siente seguro entre gente de confianza. Una peligrosa situación de marginación que podría verse atraída por “cantos de sirena” de la derecha representada por el nacionalismo español populista de Xavier García Albiol, de idéntico ideario al que ha prosperado en algunos países europeos, como Dinamarca, ahora tan admirados por el sector predominante del independentismo.

El discurso público de los dominadores, representado hoy por la candidatura de “Junts pel sí” en la que aúnan sus intereses gobierno y oposición (CDC y ERC), tiene por fundamentos primordiales la afirmación, el ocultamiento, la unanimidad y los eufemismos[4].

La afirmación viene de la mano de algunos acontecimientos que  se plantean como afirmaciones discursivas de un modelo específico de dominación, las manifestaciones de los últimos tres años de la Diada son muestras de exhibición del poder, un ritual nacionalista orquestado para “convencer”. Si los subordinados creen en el poder de sus superiores, esa misma impresión ayudará a que estos se impongan y, a su vez, aumentará su poder real. Las apariencias importan y por ello estas manifestaciones de fuerza se promueven como una demostración de autoafirmación para acallar al oponente e impresionar a los dominados.

EL ROTO
La ocultación pretende eliminar del discurso público hechos que todo el mundo podría conocer porque se han publicado. Que la desigualdad ha crecido está cuantificada en cifras y muy visible en el temido por los independentistas “cinturón rojo” de Barcelona. Que la renta disponible para el 20% más rico, sobre el 20% más pobre, ha crecido desde las 4,7 veces en el inicio de la crisis (2007) a las 5,7 veces en 2013, con un incremento del 21%. Mientras el promedio de la UE-15 fue de 4,9 veces. Esta desigualdad de rentas, la mayor de la UE-15 después de Grecia, España y Portugal, es incluso mayor cuando se comparan al 10% de la población catalana de mayor y menor renta. Desde el inicio de la crisis hasta el año 2012, los más ricos (10% superior) pasaron de tener 7,65 veces más que los pobres (el 10% inferior) a 15,35 veces (un incremento nada menos que de un 100%)[5].

Hoy en Cataluña se está desarrollando una cultura doble: la cultura oficial llena de deslumbrantes eufemismos, silencios y lugares comunes, y la cultura no oficial que tiene su propia historia, su propia literatura, poesía, música, una propia percepción de la escasez, la corrupción y las desigualdades. La afirmación y la ocultación han logrado calar en amplios sectores de la población, especialmente de clase media pero también entre los sectores más populares, que han canalizado su descontento a través de consignas patrióticas exculpando a los verdaderos responsables de su situación. Avalando de una forma inconsciente la ocultación y la mentira sistemática utilizadas para mantener el poder político e incluso incrementarlo mediante el alzamiento de unas nuevas fronteras y un nuevo estado.

Si por algo se caracteriza en la actualidad la situación política de Cataluña es por los eufemismos que utiliza el independentismo agrupado en “Junts pel sí” para soslayar los  temas delicados, para borrar lo que se considera negativo o que puede convertirse en un problema si se declara explícitamente. Se trata de ocultar “hechos desagradables de la dominación y su transformación en formas inofensivas o esterilizadas” (Scott, 2003: 89).

¿Cómo no esconder los desproporcionados recortes en gasto público social, los más elevados que se han producido en España y en la UE-15? Recortes que se han producido especialmente en aquello más desintegrador y que acrecienta la desigualdad como sanidad, educación, servicios domiciliarios a personas discapacitadas, vivienda social y servicios de prevención de la exclusión social. ¿Quizás culpando de todo ello a España bajo el famoso, “España nos roba”, que exculpa, por arte de magia, a CIU, el partido que ha pilotado Cataluña durante la crisis?

Las instituciones sanitarias y docentes han sido las que más empleados públicos han perdido durante los últimos cinco años en Cataluña, durante los gobiernos Mas y Mas-Colell. Desde 2010, los recortes presupuestarios han reducido el personal de la Generalitat en 6.832 personas (son datos publicados en su propia página web). El 55% de estos puestos de trabajo perdidos corresponden a esos dos sectores, salud y educación, los pilares del, muy mercantilizado y privatizado, estado de bienestar catalán. Sólo los cuerpos de seguridad, Mossos d'Esquadra y bomberos, han visto incrementar a sus efectivos en unas 1.000 personas (el aumento se debe, básicamente, a una convocatoria de empleo público para mossos en 2011). Los cuerpos de seguridad han pasado de sumar 16.108 agentes en junio de 2010 a 17.152 durante el mismo periodo de 2015 (casi todos ellos funcionarios, sólo hay 32 interinos).

En Cataluña llevamos muchos años “decidiendo” a través del voto a quién le damos la confianza para que nos gobierne, sin embargo la campaña por “el derecho a decidir” parece haber borrado de un plumazo que CIU ha gobernado el 80% de los años de democracia en que ha sido elegido por la ciudadanía. La “decisión” de hombres y mujeres de Cataluña durante casi cuarenta años ha sido otorgar confianza a un partido nacionalista moderado, no independentista, de la derecha neoliberal que ha sido el responsable de la situación de penuria social que sufre hoy Cataluña. Su colaboración con los gobiernos españoles del PP y del PSOE durante toda la etapa democrática parece haber desaparecido del frágil recuerdo de miles de ciudadanos/as que “creen” en la construcción narrativa de este partido que pretende hacernos creer que han luchado contra España, no desde hace cuarenta años, sino desde hace trescientos.


Cada vez que un eufemismo oficial logra imponerse sobre otras versiones, discordantes, los subordinados aceptan explícitamente el monopolio del conocimiento público que ejercen los dominadores. Puede ser que los subordinados no tengan otra opción; pero, mientras no sea cuestionado abiertamente, ese monopolio no tiene “que dar explicaciones”, no tiene que “darle cuentas a nadie” (Scott, 2003: 90).

El eufemismo no se limita al lenguaje, esteladas en los balcones, calles y ayuntamientos, ceremonias públicas como la Diada, himnos y diversos rituales, como las famosas ruedas de prensa del Sr. Mas o los abrazos con el representante de la extrema izquierda independentista, el Sr. Fernández, son aspectos a través de los cuales los poderosos intentan presentar su dominación de acuerdo con sus gustos. “Vistos en conjunto, todos esos eufemismos representan el halagador autorretrato de la elite dominante” (Scott, 2003: 91). Estigmatizar a quien discrepa no resulta difícil sobre todo en centros de sociabilidad (comisiones de bailes populares, centros excursionistas, corales, etc.) o en pueblos pequeños donde el control se hace agobiante sobre aquellos/as que se salen de la normatividad impuesta por el discurso oficial.

Se busca, naturalmente la unanimidad, el nombre de la candidatura lo revela, Juntos (por el sí), en la línea de aunar a todos haciendo un gran esfuerzo por alimentar una imagen pública de cohesión y de creencias comunes. Juntos la derecha y la izquierda (incluso es posible que la extrema izquierda en el último momento decisivo de la proclamación de la independencia) en un complicado pacto que, no se ha dado a conocer públicamente, para reducir al mínimo los desacuerdos. Para que las divisiones no aparezcan se estipula un discurso irreal, genérico, centrado en el victimismo y en el enemigo común. Para lograr esta unanimidad se reducen las discusiones informales, los comentarios espontáneos y se confinan en espacios afines que eviten situaciones embarazosas  o tensas, resulta esperpéntico que el Sr. Romeva afirme sin pudor que solo irá a entrevistas en TV3. Los desacuerdos debilitan y se tienen que desterrar. Si la apariencia de unanimidad se extiende hasta los subordinados, su control se incrementa aún más.

Las manifestaciones públicas, como la Diada, son el componente visual y oral de una ideología hegemónica, la ceremonia formal en que se ha transformado esta manifestación en los tres últimos años sirve a los poderosos para celebrar y dramatizar su dominio. Han sido interpretadas como apoyo a sus gobernantes sin los cuales dichas ceremonias no serían posibles. Ninguna manifestación ha contado nunca en la época democrática con todos los medios de infraestructura (por ejemplo, más de 2.000 autocares fueron facilitados por la “generosa” Asamblea Nacional que trasladaron durante todo el día a alrededor de unos 100.000 participantes), publicidad y protección policial a su disposición para realizarla. Incluso para ensayarla días antes como una puesta en escena.

Y es que se plantea así, como un espectáculo aéreo para ser retransmitido por las televisiones. Los participantes son actores al servicio del simbolismo orquestado por los organizadores que marcan la hora simbólica del inicio, 17:14, dónde se han de situar los participantes, de qué color  deben llevar la camiseta y los punteros y cuándo han de recoger todo y marchar a sus casas. El recorrido de la última Diada se dividió en 135 tramos, agrupados en 10 bloques, tantos como ejes sobre los que los organizadores desean que se construya la República Catalana, cuya vindicación es el sentido de marcha. Dentro de los tramos se agrupaban los diversos colectivos que apoyaban la manifestación, jóvenes en el eje "democracia", sindicalistas en "justicia social", etc.

Nadie va a ver la manifestación. El espectáculo es de meros actores y actrices sin público, es una ceremonia que el poder organiza para sí mismo y para los medios de comunicación. Cuadro vivo de la disciplina y del control centralizado. Existe una inteligencia unificada que, desde el centro, dirige todos los movimientos del “cuerpo” Toda la escena, como imagen y como demostración de poder, transmite el sentido de unidad y de disciplina bajo una autoridad única y decidida. Cualquier desorden, división, indisciplina e informalidad se elimina de la escena pública, se crea una imagen de cómo deberían ser las cosas, el desfile es una idealización eficaz de una creación irreal (Scott, 2003: 99-100).

El mensaje que se quiso transmitir, al servicio de una opción política particular (la de los Sres. Mas y Junqueras), es la de la obligación de los subordinados a manifestar su sumisión y se les da a entender que no tienen nada que hacer, que su proyecto político es imparable y cuenta con la unanimidad de quienes aman su tierra, por tanto, su única opción es obedecer. Ocasionales rebeldías serán castigadas con la marginación, desautorización, cuestionamiento de su catalanidad, sospechas de traición y de su auténtica ideología que no puede ser sino de derechas, o por qué no, ya puestos, fascista. Lo importante es que el poder  de la imagen de un frente unido para asombrar e intimidar a los subordinados.

Pero los subordinados existimos, no nos aúna una patria alternativa ni una bandera diferente, lo demuestra el hecho de que no se haya formado una candidatura nacionalista española y sea impensable la unión de la derecha y la izquierda. Existen e intentan pensar con autonomía, empoderarse para lograr el poder que, mediante la autogestión, mejore las condiciones de vida de los más débiles, de los que más sufrimiento han soportado durante la crisis. De esa parte de la población que no está incluida en la hoja de ruta de “Junts pel sí”, la coalición de partidos que ha ocasionado esa situación de crisis social.






[1] Este es el significativo título que Vicenç Navarro puso a un interesantísimo artículo: “Las causas reales (y ocultas) del subdesarrollo social de Catalunya”, público.es, Pensamiento crítico, 14 septiembre 2015.
http://blogs.publico.es/vicenc-navarro/2015/09/14/las-causas-reales-y-ocultas-del-subdesarrollo-social-de-catalunya/
[2]Estas afirmaciones se basan en The Psychology of Nationalism de Joshua Searle-White, recogidas por Juan M. Blanco, “Psicopatología del nacionalismo”. Vozpopuli, 12-09-2015. http://vozpopuli.com/analisis/68131-psicopatologia-del-nacionalismo.
[3] Estos planteamientos del discurso público y oculto son una propuesta de James C. Scott (2003): Los dominados y el arte de la resistencia. Txalaparta, Tafalla.
[4] De nuevo tomamos como referencia la obra de James C. Scott (2003).
[5] Vicenç Navarro (2015):  “Las causas reales (y ocultas) del subdesarrollo social de Catalunya”.

domingo, 13 de septiembre de 2015

CATALUÑA Y LOS RELATOS DE LA NACIÓN

Resulta inevitable hablar de un tema que lo acapara todo en Cataluña hasta el 27 de septiembre, fecha de las elecciones autonómicas-referéndum-unilateral orquestado por el partido del Sr. Mas, que hace aguas entre la corrupción que le llega al cuello y su política neoliberal de recortes sociales, después de años de unipartidismo en esta comunidad (solo roto por dos gobiernos tripartitos que sumaron siete años escasos de gobierno entre 2003 y 2010). Tengo pensado escribir un artículo que veremos si finalmente acaba saliendo antes de las elecciones, pero me ha salido al paso este aspecto concreto vinculado a mi quehacer histórico, y aquí está.


Uno de los efectos indeseados de cualquier nacionalismo es la creación de un relato de la nación que implica manipulación de la historia para distorsionar los hechos, algo  que bien poco importa sobre todo si estropean el relato. Si estas narrativas se realizan desde el poder, como ocurre ahora en Cataluña, la creación de mitos busca producir silencio entre quienes no se los “creen”, mientras  que, repetidos hasta la saciedad por los fieles creyentes, se convierten en “verdades históricas” que no se pueden poner en cuestión sin correr el riesgo de ser condenados como traidores, o  botiflers a la catalana, a la patria. Resulta más cómodo guardar silencio que separar la verdad de la falsedad, ese es el peligro de los mitos que, opuestos a la explicación racional del mundo,  hay que aceptarlos completos aunque sustituyan a la realidad. He dejado claro en la primera línea que me refiero a TODOS los nacionalismos, no hago distingos entre los nacionalismos presentes en España, por supuesto el español entre ellos, ni fuera de ella.

Vivir hoy en Cataluña, siendo historiadora, significa sufrir, hoy sí y mañana también, escuchando o leyendo el “simplista” relato nacional (o independentista como le gusta a la izquierda que teme el nacionalismo como a una mala pena) que ha ido creciendo al calor del poder y de sus recursos (medios de comunicación, ediciones, congresos, museos, becas, etc.) en los últimos tres años, voceados desde las instituciones, desde la voz “autorizada” de diputados/as, políticos/as, miembros de la llamada sociedad civil o comentaristas de cualquier medio de comunicación que de pronto son expertos/as en historia, en economía, en sociología, en filosofía y en otras muchas  materias.

La última afirmación que me ha dejado en estado casi catatónico la he leído en lamarea nº 30, de boca del exdiputado de CUP-AE, Quim Arrufat, cuando afirma tranquilamente, sin que se le mueva un músculo, que:
No hay en la historia contemporánea del Estado español movilización alguna que se acerque a lo sucedido los últimos años en Cataluña.
Deduzco que el Sr. Arrufat debe referirse a las movilizaciones del 11 de septiembre de los últimos tres años, que sin entrar en detalles sobre quién y cómo han sido convocadas, han sido multitudinarias pero que, a fecha de hoy, está por ver los efectos que tendrán. El Sr. Arrufat debería repasar la historia contemporánea española antes de hacer afirmaciones tan contundentes y recordar que desde 1916 se configuró en España, con un protagonismo importante en Cataluña, un sindicalismo revolucionario vinculado a la CNT que, ese sí, protagonizó movilizaciones muchos más relevantes, que las que a él le parecen únicas, en el período 1916-1939.

En la historia de Occidente no es rara la negación de la dominación en el pensamiento, lo raro es que se pueda llevar a efecto abierta y plenamente, cosa que ha ocurrido en muy pocos ocasiones en Europa: en la guerra campesina alemana, la guerra civil inglesa, la Revolución Francesa, la Revolución Rusa y la república española en 1936. Destaco el momento movilizador más importante de la historia contemporánea española en el que vislumbramos algo de las utopías de justicia y venganza que normalmente permanecen marginadas en el discurso oculto de los dominados. No es el único caso en que se han producido movilizaciones excepcionales y desligadas totalmente del poder institucional, cosa dudosa en los 11 de septiembre últimos, pero he querido citar la más importante de todas ellas para hacer visible de forma breve el desconocimiento de la historia contemporánea española del Sr. Arrufat, no sé si por ignorancia o por malicia. 

jueves, 3 de septiembre de 2015

AUSCHWITZ Y LA HISTORIA



El día siguiente me lo pasé cavilando, sin moverme. Pensaba en la Historia, con mayúsculas, y en mi historia, en la nuestra. ¿Los que escriben la una conocen la otra? ¿Cómo retiene la memoria de algunos lo que otros han olvidado o jamás han visto? ¿Quién tiene razón, el que no se decide a arrojar a la oscuridad los momentos pasados, o quien arroja a la nada lo que no le interesa? Puede que vivir, seguir viviendo, sea saber que lo real no lo es totalmente, puede que sea elegir otra realidad cuando la que hemos conocido adquiere un peso insoportable. Después de todo, ¿no es eso lo que yo hice en el campo? ¿No elegí vivir en el recuerdo y el presente de Emélia, proyectando mi vida real a la irrealidad de la pesadilla? ¿Será la Historia una verdad superior compuesta de millones de mentiras individuales cosidas unas a otras, como las viejas colchas que cuando era pequeño hacía Fédorine para sobrevivir? Parecían nuevas, flamantes, con su arco iris de colores, pero estaban hechas de retales disparejos, de lanas de dudosa calidad y procedencia desconocida.
PHILIPPE CLAUDEL, El informe de Brodeck, pp. 267-268.

Esta reflexión sobre la historia,  recogida en la excelente novela de Claudel, me sirve de punto de partida para relatar brevemente mi visita a Auschwitz. Llevo mucho tiempo dándole vueltas a lo sucedido en la década de los treinta y en la II Guerra Mundial en Europa. He leído ensayos, historia, poesía y ficción, buscando qué pudo motivar la maldad presente en los campos de concentración.
Sé que la historia de la humanidad da muchos ejemplos de matanzas indiscriminadas, de crueldad y de maldad, y que hoy sigue siendo así en muchos puntos del planeta. Sin embargo, no encuentro otro ejemplo comparable al intento de exterminio del pueblo judío llevado a cabo durante la II Guerra Mundial en los campos de concentración y, en especial, en Auschwitz, un campo en el que murieron entre 1.300.000 y 1.600.000 personas, de las que casi un millón fueron judíos.

De los once millones de judíos que vivían en Europa antes de estallar la guerra, en la URSS habitaban cinco millones, en Polonia tres millones y el resto repartidos por otros países europeos. De esta cifra, seis millones fueron exterminados por los nazis. Auschwitz-Birkenau tenía capacidad para matar a 10.000 personas diarias.

Todas estas cifras son bien conocidas, en este mismo espacio he reseñado algunos libros que hablan de ello desde diversas perspectivas. En esta ocasión solo quiero contar mis impresiones y mis emociones al visitar este inmenso campo.

A mediados de agosto hacía un calor abrasador en Auschwitz 2, cuando me aproximé caminando hacia la famosa puerta de entrada pensaba en cómo el calor agravaba la situación de las personas prisioneras en el campo (tenía reciente la lectura del libro de Primo Levi, Si esto es un hombre). Era muy consciente, cuando me aproximaba a la puerta, que entraba en un lugar concebido para matar, que entraba en un campo de exterminio, la mayoría de las personas que llegaban en los vagones por las vías que ya veía por fuera, morían en los primeros días tras descender del vagón.

Cuando atravesé la puerta y vi la inmensidad del campo (2,5 Km por 2 Km), las vías y los andenes a los que bajaban miles de personas después de un largo viaje en los vagones para ganado, sentí una sensación de angustia que me llevo al borde del llanto. No quería llorar, pero las lágrimas se escaparon y fue mejor. El resto de la visita fue viajar por la irrealidad de la pesadilla que dice Claudel, alambradas, focos, garitas de vigilancia, los restos de la cámara de gas y los hornos crematorios que los propios nazis volaron para borrar lo inconcebible, los espacios destinados a acumular cualquier objeto útil de las víctimas llamadas “canadás”…

La Historia en mayúsculas ha recogido detalladamente cómo los nazis construyeron campos para matar con sistema, eficacia y frialdad. Para matar a quienes consideraban inferiores degradándoles a niveles inconcebibles para que cuando entraban mansamente en las cámaras de gas parecieran autómatas, no personas. Para matar a otras razas consideradas inferiores (gitanos, eslavos…). Para matar a aquellos que tenían defectos físicos o enfermedades que podían malograr la raza aria. Para matar opositores políticos. Para matar y matar.

Mataban extrayendo el máximo de beneficio y rentabilidad con sus bienes materiales (viviendas, muebles, ropa, maletas, gafas, zapatos, relojes, brochas de afeitar, joyas, etc.), su capacidad para trabajar e incluso sus “bienes” personales: pelo, piel o dientes de oro. Convirtieron a miles de personas en objeto de experimentos médicos y psicológicos. Cualquier cosa, en definitiva, que los nazis consideraran beneficiosa para su nación y los componentes de su raza.

La historia en minúscula es la historia de cada una de las personas que sufrieron persecución, torturas, prisión, campos y muerte. ¿Cómo recoger tanta humillación, mezquindad, crueldad, degradación, dolor y sufrimiento en la Historia?

¿Cómo puede destilar la Historia con mayúsculas, millones de historias individuales que han desaparecido o que recuerdan los que sobrevivieron, momentos pasados que no se decide[n] a arrojar a la oscuridad (…), o quien arroja a la nada lo que no le interesa?

Me parece necesario tener presente lo ocurrido, visitar un campo como Auschwitz, empatizar con las víctimas, acercarse a su sufrimiento siendo conscientes del horror y sacar conclusiones del significado de ideologías nacionalistas, excluyentes y xenófobas que hoy crecen de nuevo en Europa.
Y cierro esta humilde reflexión con un fragmento referido a otros campos, los soviéticos, o gulags, del comunista y judío Vasili Grossman en su libro Todo fluye (p. 169):

El castigo del verdugo es éste: no considera a su víctima un hombre y él mismo deja de ser un hombre; mata al hombre que hay en él, se convierte en su propio verdugo; la víctima, por mucho que la destruyan, continuará siendo un ser humano para toda la eternidad.