Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

jueves, 23 de julio de 2015

LLEGAN LAS INSURRECCIONES PERO FRACASAN LAS REVOLUCIONES. COMITÉ INVISIBLE, A nuestros amigos.

“No hay otro mundo. Hay simplemente
otra manera de vivir”.
Jacques Mesrine

Este libro, cuyo autoría es de un misterioso Comité invisible, fue publicado en Francia en octubre de 1014, siendo traducido a varios idiomas, entre ellos el español, en 2015[1]. No es la primera obra de este Comité  puesto que en 2007 había publicado un pequeño libro  titulado “La insurrección que viene”[2]. El libro tuvo un enorme éxito de ventas llegando a ocupar el primer puesto en el ranking de libros más vendidos de Amazon.
El Comité invisible no es una persona pese a que la policía francesa ha acusado a Julien Coupat y, por extensión, a la pequeña comuna agraria de Tarnac, de ser el autor(es) de “La insurrección que viene”.
El Comité sería más bien una tupida red de “amigos” que formarían parte de un Partido Imaginario empeñado en no cesar de Pensar, atacar, y construir.


Llegan las insurrecciones pero fracasan las revoluciones

En A nuestros amigos se parte de la afirmación de que las insurrecciones anunciadas en 2007 han llegado a tal ritmo y en tantos países que el edificio entero de este mundo, desde 2008, parece estar desintegrándose fragmento a fragmento (p. 11). Sin embargo los revolucionarios habrían sido derrotados porque hemos sido despojados, continuamente de la revolución como proceso (p. 13). Y una de las causas de este fracaso es la propia herencia ideológica que engancha los pies en todo un armazón de tradiciones revolucionarias derrotadas y difuntas (pp. 16-17). Por tanto, sería necesario desembarazarse del fárrago mental que impide captar la situación. Para ello resulta fundamental organizarse, que significa,   actuar según una percepción común, sin ese vínculo de la percepción compartida de la situación, los gestos se pierden en la nada sin dejar huella, las vidas tienen la textura de los sueños y los levantamientos acaban en los libros escolares (p. 18).


El poder es logístico

Reprochar a los políticos no representarnos no hace sino mantener una nostalgia, además de no decir nada nuevo. Los políticos no están ahí para eso, están ahí para distraernos, ya que el poder está en otra parte, fuera de las instituciones. La verdadera estructura del poder es la organización material, tecnológica, física de este mundo. El gobierno ya no está en el gobierno. El poder, ahora, es el orden mismo de las cosas, y la policía tiene a su cargo defenderlo.
La vida cotidiana no siempre ha estado organizada. Para esto ha hecho falta primero desmantelar la vida, comenzando por la ciudad, se ha descompuesto la vida y la ciudad en funciones, según las necesidades sociales, proceso llevado a cabo durante un siglo por toda una casta de organizadores. La fuerza de impacto de las insurrecciones es justamente su nivel de organización de la vida común.
En A nuestros amigos se diferencia entre fábrica (concentración de obreros, de saber hacer, de materias primas, de stocks) y centro (nodo sobre un mapa de flujos productivos). En un mundo donde la organización de la producción es descentralizada, circulante y ampliamente automatizada, donde cada máquina no es ya sino un eslabón en un sistema integrado de máquinas que la subsume, donde este sistema-mundo de máquinas tiende a unificarse cibernéticamente, cada flujo particular es un momento de la reproducción del conjunto de la sociedad del capital. Atacar físicamente  esos flujos, en cualquier punto, equivale a atacar políticamente el sistema en su totalidad. Si el sujeto de la huelga era la clase obrera, el del bloqueo es absolutamente cualquiera. Cada cadena de producción se amplía hasta tal nivel de especialización por tal nº de intermediarios, que basta con que uno solo  desaparezca para que el conjunto de la cadena se encuentre por ello paralizada, incluso destruida. La práctica del bloqueo como un paso más allá de la huelga (pp. 100-101).
Obsesionados por la idea política de la revolución se ha descuidado la importancia de la dimensión técnica. Por ello es necesario retomar un trabajo meticuloso de investigación, hay que ir al encuentro de aquellos que disponen de los saberes técnicos estratégicos. Hay que dejar de vivir en la ignorancia de las condiciones de nuestra existencia. No se puede saber bloquear una infraestructura estratégica si no sabe hacerla funcionar.

JURE KRAVANJA

Insurrecciones: el acontecimiento de los encuentros

Las acampadas del 15 M de 2011 fueron importantes, no tanto por las reivindicaciones adheridas a posteriori al movimiento, sino por el hastío manifestado por la vida que nos hacen vivir. El captar juntos nuestra común condición podía hacer comprensible  el saber lo que es una forma deseable de vida, y no la naturaleza de las instituciones que la sobrevuelan.
Las insurrecciones de las plazas revelaron el acontecimiento de los encuentros que se produjeron en ellas. El movimiento de las plazas fue, por un lado, la proyección, o más bien el crash sobre lo real, del fantasma cibernético de ciudadanía universal, y por otro, un momento excepcional de encuentros, de acciones, de fiestas y de toma de posesión de la vida común. Estos encuentros permitieron que las insurrecciones se prolongaran (en centros, casa okupas, barrios, colectivos o seres singulares), no porque pusieran en marcha un programa político, sino porque pusieron en movimiento unos devenires-revolucionarios. En las plazas ocupadas se impuso una potencia política colectiva, la capacidad de autoorganización cotidiana. Lo que se construye en las plazas no es ni la nueva sociedad ni la organización que derrocará al poder, es la potencia colectiva que, mediante su consistencia y su inteligencia, condena al poder a la impotencia. Las insurrecciones de los campamentos ya no partían de ideologías políticas, sino de verdades éticas que son las verdades a partir de las cuales permanecemos en el mundo (p. 46).

Habitar, no gobernar

El Comité Invisible insta a abandonar la perspectiva de “gobernar” para sustituirla por la de “habitar”.
Gobernar es conducir las conductas de una población, de una multiplicidad que es preciso cuidar del mismo modo que hace un pastor con su rebaño para maximizar su potencial y orientar su libertad. Es, por tanto, considerar y modelar sus deseos, sus modos de hacer y de pensar, sus costumbres, sus miedos, sus disposiciones, su medio. Es desplegar todo un conjunto de tácticas discursivas, policiales, materiales, con una fina  atención a las emociones populares, a sus oscilaciones misteriosas; es actuar a partir de una sensibilidad constante ante la coyuntura afectiva y política a fin de prevenir el motín y la sedición. Actuar sobre el medio y modificar continuamente sus variables, actuar sobre unos para influir sobre la conducta de otros, a fin de guardar el dominio del rebaño. Es, en suma, librar una guerra sobre todos los planos donde la existencia humana se mueve. Una guerra de influencia, sutil, psicológica, indirecta (pp. 71-72).
Para destituir el poder no basta con vencerlo en la calle. Destituir el poder es privarlo de su fundamento, eso es lo que hacen las insurrecciones. Destituir el poder es privarlo de legitimidad, conducirlo a asumir su arbitrariedad, a revelar su dimensión contingente. Destituir la forma específica de poder requiere devolver a su rango de hipótesis la evidencia que pretende que los hombres deben ser gobernados.
Gobernar es, por tanto, actuar desde fuera de los procesos políticos separando vida y acción política. La alternativa es el Habitar, es decir politizar la vida desde ella misma, hacer política desde los territorios en los que transcurre la vida cotidiana. Solo las formas de vida pueden consumar la destitución, es decir, aprender a habitar mejor lo que está ahí; lo cual a su vez implica llegar a percibirlo. Percibir un mundo poblado no de cosas, sino de fuerzas, no de sujetos, sino de potencias, no de cuerpos, sino de vínculos (p. 84).
El habitar cuestiona el esquema de la representación e incluso el de la  democracia directa por la separación que producen de vida y acción política. En este sentido, la potencia del movimiento de “las plazas” no radicaba tanto en “las asambleas” como en “los campamentos”. En la autoorganización, en las practicas, en la acción diaria para asegurar su abastecimiento y para mantenerlo, en el contacto diario entre sus habitantes, en los intercambios, en la “acción conjunta” y en las vivencias compartidas en el quehacer práctico.

La comuna como propuesta
Los revolucionarios no tienen que convertir a la “población” desde la exterioridad vacía de no se sabe qué “proyecto de sociedad”. Tienen que partir de su propia presencia, de los lugares que habitan, de los territorios que les son familiares, de los vínculos que los unen a lo que se trama a su alrededor. La vida es el lugar desde donde emanan la identificación del enemigo, las estrategias y las tácticas eficaces, y no desde una profesión de fe previa. La lógica del incremento de potencia, he aquí todo lo que se puede oponer a la lógica de la toma del poder. Uno bien puede lanzarse sobre el aparato de estado; pero si el terreno ganado no se llena inmediatamente con una vida nueva, el gobierno terminará por volver (p. 177).
La propuesta es la formación de las comunas, entendidas como reflejo de un pacto de enfrentarse juntos al mundo. Es contar con las propias fuerzas como fuente de la propia libertad. No es una entidad  lo que se pretende lograr en ella: es una cualidad del vínculo y una manera de estar en el mundo. Declarar la Comuna es aceptar vincularse (216).
La comuna responde a las necesidades con el objetivo de aniquilar en nosotros el ser  de necesidad. La participación en una potencia colectiva es capaz de disolver el sentimiento de enfrentarse al mundo en soledad. El eco que se crea entre diferentes facetas del “movimiento” es el que tiene un carácter de comuna. El movimiento de las plazas permitió descubrir a muchas personas que podemos organizarnos sobre tal cantidad de planos que nadie puede totalizarlos. Sentir que podemos actuar en común como una fuerza sin nombre, permite acabar con la economía, es decir, con el cálculo, con la medida, con la evaluación, con toda esta pequeña mentalidad de contable que por todas partes es la marca del resentimiento.

Y concluyo ya
A nuestros amigos es una herramienta para la acción, pero sobre todo para su comprensión, en ella encontraréis muchos más elementos de reflexión que los que he recogido en esta larga reseña. Animaros a leerla, seguro que encontraréis muchos motivos para pensar y reconsiderar muchos elementos que hoy están en la palestra: las ilusiones porque nos representen “bien”, el papel de los sindicatos mayoritarios, las tácticas de lucha decimonónicas utilizadas en el siglo XXI, la idealización de revoluciones totales como un ancla de fárrago mental inmovilizante y tantos otros aspectos a reconsiderar.


[1]Comité invisible (2014): A nos amis. Paris. La Fabrique.  Edición española en Logroño. Pepitas de Calabaza ed. y Surplus Ediciones.
[2] Comité invisible (2007): L`insurrection qui vient.. Paris. La Fabrique. Edición española en 2009, Santa Cruz de Tenerife, Melusina. 

lunes, 13 de julio de 2015

TOTALITARISMOS Y DISTOPIAS

PUBLICADO EN LA MAREA

Martin Kimbell

Esta reflexión surge de mi preocupación por la naturaleza del totalitarismo y las  diferentes versiones que hemos podido analizar y estudiar, especialmente en el siglo XX, basadas en el gobierno de un líder, o de una minoría, la inexistencia de derechos y libertades con la consiguiente represión y la arbitrariedad ciega en el ejercicio del poder que no es regulado por nada ni por nadie, imponiéndose la voluntad de quien lo ejerce.
Desafortunadamente lo que le sobra a la historia de la humanidad son sistemas despóticos. No pretendo hacer un repaso de todos ellos, sino hacer mención de los que tenían como punto de partida lograr justo lo contrario a lo que construyeron. Es decir, a aquellos que querían construir una utopía (término acuñado por Tomás Moro y que designaba algo bueno, el lugar en el que podía habitar una sociedad idealizada)  y acabaron construyendo una temible distopía, término antitético al anterior y que indica la existencia de una sociedad indeseable, negativa.

Las distopías han tenido en la ficción (literatura y cine) un amplio desarrollo, en todas ellas se partía desde algunas características de las sociedades reales, llegando hasta la distopía en la que podían acabar. Destacan en este sentido tres obras emblemáticas: Un mundo feliz de Aldous Huxley, 1984 de George Orwell y Fahrenheit 451 de Ray Bradbury.
Las tres novelas fueron publicadas en el transcurso de los veintiún años que abarcan el periodo 1932-1953, una etapa en la que los totalitarismos alcanzaron un grado de desarrollo nunca visto, especialmente en Europa, provocando un conflicto mundial con el intento de exterminio del pueblo judío y otras poblaciones, y un duro capítulo posterior de guerra fría que provocó más víctimas que la II Guerra Mundial. Incluso podríamos decir que ambas fechas, la de publicación de la obra de Huxley (1932) y la de publicación de la obra de Bradbury (1953) marcan dos momentos importantes: en 1932 el Partido Nazi ganó dos convocatorias electorales en Alemania, sin obtener la mayoría absoluta, que le llevaron finalmente al poder. En 1953 murió uno de los más crueles dictadores de la historia contemporánea y principal protagonista de una larga distopía, Iósif Vissariónovich Stalin. La novela de Orwell, entre las dos novelas anteriores, fue publicada en 1949, iniciada ya la guerra fría.


El marxismo (o marxismos) han justificado la deriva distópica de la extinta URSS, y de otros sistemas similares de “socialismo real”, pretextando las dificultades que rodearon la construcción de la “utopía”: golpe de Estado, guerra civil, dificultades económicas, aislamiento internacional y el liderazgo de Stalin. Aceptando la veracidad de dichas dificultades, también es cierto que nunca una revolución lo ha tenido fácil, ni ha contado a su favor con un entorno propicio, no me parece que sean la razón fundamental de su deriva. La teoría marxista tiene debilidades importantes que enseguida se pusieron en evidencia en octubre de 1917, destaca en este sentido la desmesurada importancia que se daba a la conquista del poder por parte del proletariado, en realidad por parte de su “vanguardia”, copando el partido que en teoría lo representaba. La “vanguardia” del proletariado, convencida de su conocimiento de la realidad social, a través del materialismo histórico, se sentía en posesión de la verdad para dirigir a la masa obrera y campesina hacia la construcción de la utopía,  en realidad su discurso recordaba más al mesianismo que a un método de conocimiento científico. El término “utopía”  fue siempre despreciado por Marx cuando marcó distancias respecto al socialismo de la primera mitad del siglo XIX , que consideró primitivo respecto al socialismo científico y que Engels denominó “socialismo utópico” en su conocido ensayo “Del socialismo utópico al socialismo científico”, escrito entre 1876 y 1878 en la revista Vorwarts de Leipzeig, órgano del Partido Socialdemócrata. El texto formaba parte de una obra mayor hoy conocida como el Anti-Dühring. En 1880, Paul Lafargue publicó una traducción de los tres primeros capítulos con el título Socialisme utopique et Socialisme scientifique.
El mesianismo del Partido Bolchevique era indudable puesto que confiaban en que el papel de la “vanguardia” liberaría al pueblo oprimido instaurando un nuevo orden basado en la justicia y en la felicidad. El papel que en esa liberación representaba la élite obligaba a poner en ella una confianza absoluta. El centralismo democrático, modelo de organización y funcionamiento de los partidos marxistas-leninistas, potenciaba la disciplina y el sacrificio voluntario de la libertad en aras de la máxima eficacia y dotó de un aura especial al partido y a sus dirigentes, impidiendo tomar precauciones para evitar los abusos de poder de su cúpula dirigente en esa etapa tan sensible que, K. Marx, denominó “dictadura del proletariado”. Esta fase intermedia, que enseguida marcó una distancia insalvable con el anarquismo,  presuponía la existencia de un Estado obrero encargado de preparar el acceso a la utopía. K. Marx definió el término poco afortunado de “dictadura”, especificando que, por primera vez en la historia de la humanidad, sería la dictadura de la mayoría (el pueblo trabajador) sobre la minoría (las clases propietarias). En realidad la intromisión del partido, formado por una minoría, supuso la realización de un triple salto mortal porque intentó convencer a sus partidarios/as de que hablaba en nombre del pueblo en su conjunto y tenía que tener las manos libres para acabar con la clase social minoritaria que representaba el capitalismo moribundo. No pensar en poner límites al Estado obrero ni prever que se podían producir abusos por parte de la “vanguardia” dejó el camino expedito a una extrema concentración de poder y a la posibilidad de que un iluminado considerase que, incluso esa “vanguardia”, era peligrosa para el proceso revolucionario y trasmutase en el “padrecito” al que había que rendir obediencia ciega y culto como si de un ser superior se tratara.

Desde el primer día de la revolución, el Partido Bolchevique, aún dirigido por Vladímir Ilich Uliánov Lenin, inició su tarea de vaciar de contenido a los soviets, en los que se había apoyado para auparse al poder, pero en los que no creía, desestimó su derrota en las elecciones a la Asamblea Legislativa, disolviéndola, e inició una represión contra los demás partidos, concentrando en sus manos todo el poder, justificando todo ello por la emergencia de la guerra civil (1917-1923).
Los peligros que acosaban a la revolución, pronto justificaron la existencia de millones de muertos por la colectivización forzosa del campo a partir de 1928 y las purgas masivas entre 1936 y 1938. Stalin compitió con Hitler a la hora de matar a millones de personas, con métodos parecidos: campos de trabajo, en los que no se exterminaba con gas, pero se mataba a sus moradores por la extrema dureza de las condiciones de vida y trabajo impuestas, torturas en prisiones como la de Lubianka en Moscú, desplazamientos de miles de personas para desactivar cualquier tipo de oposición al “sistema” e incluso la adopción de un antisemitismo feroz finalizada la II Guerra Mundial. En definitiva, la construcción de una distopía basada en la represión, la arbitrariedad y el terror más feroz que convirtieron la libertad en un imposible mientras los logros económicos permitían soñar con la igualdad.


Hay mucha bibliografía sobre el régimen soviético y sobre el stalinismo, ni pretendo sintetizarla ni abordarla porque es accesible y existen multitud de estudios recientes sobre la II Guerra Mundial y el papel que jugó la URSS y el propio Stalin en ella, sin embargo me gustaría recomendar a un autor, Vasili Grossman, y la lectura de su excepcional novela Vida y destino, así como la obra de los historiadores Antony Beevor  y Luba Vinogradova titulado Un escritor en guerra. Vasili Grossman en el Ejército Rojo, 1941-1945. Ambas obras se nutrieron del material que recogió en el frente como periodista del periódico Estrella Roja del ejército rojo. Grossman fue testigo de la liberación de los campos de concentración nazis, sobre los que escribió, y dichos relatos fueron utilizados como prueba en los juicios de Núremberg. Finalizada la guerra empezó a dudar del régimen soviético a causa, entre otras cuestiones, del sesgo antisemita que tomaba el stalinismo. Aunque Grossman nunca fue detenido, la presión sobre su persona y su obra se concretaban en  registros de su vivienda y en el secuestro de sus manuscritos, en especial los de Vida y destino (escrita en 1959), que no vio publicada en vida. Solo merced a una red de resistentes se pudo sacar una copia de la URSS que en 1980 fue publicada en Occidente. Grossman tuvo que ser consciente del riesgo que corría al escribir una novela en la que la denuncia del totalitarismo soviético es letal, por ello debemos entender que tenía la voluntad de denunciar un régimen en el que había confiado durante un tiempo.

Las cavilaciones de un revolucionario marxista como Grossman me llevan a la actualidad y a la poca reflexión que ha habido, eso también lo podemos considerar memoria histórica, sobre la influencia del stalinismo en el PCE durante la guerra civil española y, tras sus méritos en la lucha antifranquista, cómo le afectó a este, y otros partidos marxistas, la caída de la distopía soviética a partir de la década de los noventa del siglo XX.



viernes, 3 de julio de 2015

MISSED CONNECTIONS


En las grandes ciudades, millones de personas interactúan todos los días de manera directa e indirecta viviendo a un ritmo casi caótico, pero incluso en medio de ese ajetreo cotidiano de vez en cuando es posible toparse con gente que logra que el tiempo se detenga.

Por lo general es algo fugaz; un intercambio de miradas, un roce accidental, o un simple saludo; pequeños gestos que son suficientes para echar a volar nuestra imaginación y crear un sin fin de situaciones, momentos, y conversaciones ficticias con la persona que ha captado nuestra atención. Sin embargo, cuando regresamos a la realidad nos damos cuenta de que la persona ya se ha ido, el momento ha terminado y la masa de gente entre la que nos movíamos vuelve a aparecer ante nuestros ojos.



Este tipo de fenómenos esporádicos  son conocidos como missed   connections  (conexiones perdidas) y definen esas situaciones en las cuales creemos sentir un flechazo por alguien que no conocemos y seguramente no volveremos a ver.

Basándose en ese concepto, la ilustradora  Sophie Blackall ha creado una serie de dibujos que rescatan esas conexiones perdidas.