Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

lunes, 3 de julio de 2017

JULIÁN VADILLO MUÑOZ, Por el pan, la tierra y la libertad El anarquismo en la Revolución rusa.

Los aniversarios de acontecimientos históricos siempre favorecen que se editen libros sobre el tema, en este caso concreto, la Revolución rusa no es hoy conmemorada por las nuevas autoridades rusas y pocas dudas quedan sobre la tremenda dimensión totalitaria que tuvo la revolución desde sus inicios.


El imaginario subversivo del siglo XIX y parte del XX se basa en la idea de que el objetivo de la acción revolucionaria es avanzar gracias a un proyecto claramente definido hacia la confrontación decisiva, representada por la metáfora de la gran noche, que crea las condiciones para la construcción de una nueva sociedad. Ese imaginario comporta un conjunto de imágenes, entre las cuales la de los insurgentes tomando el Palacio de Invierno es una de las más potentes. En todos los casos aparece el pueblo heroico armado derrocando el poder establecido. En este imaginario revolucionario se constituye un nosotros heroica y sacrificialmente enfrentado al poder, que actúa en una lucha cuerpo a cuerpo y a cara descubierta protagonizando la revolución social que se anuncia como inevitable y que está llamada a abarcar la totalidad de la sociedad. Durante más de un siglo este imaginario subversivo se mantiene en sus rasgos principales: sujeto, proyecto y prácticas políticas. Bien es cierto que hay diferencias importantes en las filas revolucionarias (como mínimo entre marxistas y anarquistas) respecto a las prácticas políticas y, en parte, al proyecto. La importancia que el anarquismo da a la crítica del poder y a la libertad le alejan de las prácticas políticas más distópicas y totalitarias en las que el marxismo navega durante décadas.
El siglo XIX empieza con la Revolución Francesa que sienta las bases  del nacimiento del socialismo. El siglo XX se inicia con la Gran Guerra y el derrumbe del orden europeo que engendra la Revolución Rusa, esperanza liberadora que se propaga por Europa y el mundo. Las grandes narrativas de la Ilustración (emancipación,  progreso, razón, ciencia, etc.) son los cimientos de las utopías que se construyen a lo largo de más de cien años.
Sorprendentemente, las utopías y el antiguo imaginario revolucionario se desintegran y se vuelven obsoletas en unas pocas décadas, los movimientos de Mayo de 1968 ponen sobre la mesa demasiados argumentos críticos contra las utopías y abren paso a duros ataques, protagonizados  desde la historia y la sociología, contra el imaginario subversivo. Si 1968 marca el inicio del cuestionamiento, la caída del muro de Berlín en 1989 indica el momento clave que cierra una época para abrir otra nueva en que las utopías  dejan de ser creíbles para que puedan  seguir fundamentando y legitimando el credo moderno.
Entre los años setenta y ochenta del siglo XX se abre, por tanto, una época de transición en la que el paisaje intelectual y político conoce un cambio radical, el vocabulario se modifica y los antiguos parámetros son reemplazados. Pero la hecatombe va más lejos,  palabras como revolución o comunismo adquieren un significado diferente, en vez de aspiración o acción emancipadora, evocan un universo totalitario, mientras, por el contrario, palabras como capitalismo, empresa, emprender, etc. se prestigian ante el estupor de quienes viven este proceso endiabladamente rápido.

El libro de Vadillo no es un libro de celebración o recuerdo nostálgico de la Revolución sino que estamos ante un buen libro de divulgación sobre el anarquismo en la Revolución rusa. El libro está dividido en ocho capítulos de los que la mitad están dedicados a sentar los precedentes de la Revolución de octubre de 1917 y la presencia del anarquismo en Rusia. Especialmente interesante es el capítulo VI dedicado a la llamada “epopeya majnovista” en la que el protagonismo militar y organizativo del anarquismo es muy destacado en una zona concreta de Ucrania. Igualmente destaca el capítulo VII dedicado a la insurrección de Kronstadt (1921) en la que el anarquismo tuvo también un cierto protagonismo.
La derrota de Kronstadt y la de los guerrilleros de Majnó marcaron el final del anarquismo en Rusia. Durante el año 1921 todas las estructuras que persistieron en el interior de Rusia de los anarquistas fueron proscritas, sus centros y periódicos clausurados y sus militantes perseguidos y encarcelados.
Los que lograron huir y establecerse en el exilio, pudieron desarrollar estructuras para la defensa de los presos anarquistas, uno de los organismos que se creó fue la Cruz Negra Anarquista que defendía los derechos de los presos/as. A la altura de 1938 ya no quedaban anarquistas en el interior de Rusia.
Una se pregunta el efecto que tuvo el testimonio de estos hombres y mujeres perseguidos/as sobre el entusiasmo que en esos momentos difundía el comunismo europeo y que costó mucho desmantelar, como mínimo hasta finales de los años sesenta, momento en que las intervenciones militares en Hungría y Checoslovaquia dejaban pocas dudas sobre el totalitarismo soviético.
El libro de Vadillo no deja dudas sobre el hecho de que esa tendencia totalitaria existió desde el minuto uno de la llegada de los bolcheviques al poder, algo que hace mucho que es conocido ya que en 1920 una comisión de la CNT, encabezada por Ángel Pestaña, Gaston Leval y Fernando de los Ríos, aterrizó en Moscú para elaborar un informe sobre el carácter de la Revolución. A partir de la entrevista de Pestaña con Lenin, la asistencia -y participación- en congresos políticos y sindicales, etc, la comisión pudo elaborar una serie de documentos con lo visto en su viaje a Moscú, y con las críticas pertinentes para enviar a España: el conocido como “Informe Pestaña”.
Dicho informe llegó a España en 1921 y se publicó a principios de 1922, provocando que todo el movimiento anarquista y anarcosindicalista dejara de apoyar a la Unión Soviética bajo un enorme compendio de críticas hacia la ya existente centralización, burocracia y separación entre el Partido –ya consagrado como una nueva clase dominante por encima del proletariado- y las masas. Al “Informe Pestaña”, además, se le sumaron las críticas provenientes de grandes figuras internacionales del anarquismo tales como Emma Goldman o Rudolf Rocker.


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