Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

miércoles, 23 de noviembre de 2016

FERRER, ASCASO Y DURRUTI. Homenaje en el cementerio de Montjuïc (20-11-2016)


LA ACTUALIDAD DEL ANARQUISMO EN EL 80 ANIVERSARIO DE LA REVOLUCIÓN DE 1936 (NOVIEMBRE DE 2016)

Estos tres hombres por todos/as conocidos se han convertido en el símbolo de la famosa cita de Proudhon, Destruam et edificaba. Destruir y edificar, una síntesis que evita que la destrucción se convierta en simple terrorismo y el edificar en construir sin un criterio de emancipación.


Comparto con Ramón Acín la siguiente afirmación: 
Nosotros no tenemos santos, nosotros no tenemos apóstoles, nosotros no tenemos ni  mártires; pero tenemos corazón y somos amigos del amigo y camaradas del camarada.
Por eso este año nos volvemos a reunir aquí, en mi caso convocada por una admirable mujer, Antonina Rodrigo, para recordar a tres hombres y, para destacar en este 2016, el 80 aniversario de la revolución que se puso en marcha como consecuencia del golpe de Estado de buena parte del Ejército sustentado por la Iglesia católica y la oligarquía. El vacío de poder que provocó la actuación militar, fracasada en parte por la reacción de las clases populares a través de sus organizaciones (así murió Ascaso), facilitó el asalto al poder impulsado por el sindicalismo y el anarquismo. La defensa la asumieron las milicias, el “pueblo en armas”, que provocó la muerte de algunos que voluntariamente fueron al frente (de esta manera murió Durruti); la organización política la asumieron los Comités y la economía se colectivizó en parte.

Pronto la revolución encontró dificultades relacionadas con la propia inexperiencia del movimiento libertario y con las fuerzas contrarias al proceso de transformación en el bando republicano, incluidas las exigencias inherentes a la guerra. El final lo conocemos bien. La derrota fue de grandes dimensiones y el anarquismo pareció pasar a la historia y convertirse solo en un recuerdo glorioso para protagonizar conmemoraciones.

Sin embargo, no estaría aquí si pensara que la anarquía es cosa del pasado. Por el contrario es un proyecto político y filosófico con validez y actualidad, siempre y cuando se adapte al presente y a lo que está por llegar. Tiene la posibilidad de ser un proyecto común para una multitud de situaciones, para una infinidad de maneras de sentir, de percibir y de actuar[1].


No podemos pretender que el anarquismo sea una especie de catálogo de principios inmutables, si lo pensáramos así desactivaríamos lo más valioso de sus propuestas puesto que su esencia es movimiento, transformación y adaptación a las nuevas realidades. La idea no puede permanecer estática si la realidad cambia, por ello el anarquismo futuro no puede parecerse al que hemos heredado o al que hoy conocemos. Si los dispositivos de dominación se van transformando en el transcurso del tiempo histórico, también se modifica correlativamente lo que se opone a ellos, lo que les planta cara, incluida la lucha que desarrolla el anarquismo[2].

Si tuviera que destacar algunos aspectos que considero plenamente actuales, estos serían los siguientes:

En primer lugar, su crítica al Estado y al poder político, así como la denuncia de la manipulación que el poder realiza sistemáticamente del  espontaneísmo y de la democracia directa. El anarquismo siempre ve en el Estado una fuente de control y coerción. La esencia de todos los gobiernos sigue siendo desempoderar fácticamente a los ciudadanos[/as] e inocular en su conciencia la necesidad que tienen de gobiernos fuertes para garantizar la gobernanza[3].

En segundo lugar su desconfianza hacia la capacidad del Estado para hacer iguales a las personas renunciando a la libertad, algo que edificó en la URSS y en otros países terribles distopias. De esta desconfianza se deriva la necesidad de unir en un todo, libertad e igualdad, ya que la una sin la otra no caben en un planteamiento anarquista.

Y en tercer lugar, su negativa a poner en marcha vastos proyectos de ingeniería social, como hicieron el comunismo y el fascismo, con las consecuencias que conocemos. En el anarquismo es primordial el compromiso ético, es decir, no se pueden alcanzar unos objetivos acordes con los valores anarquistas tomando unos caminos que los contradigan[4]. Los fines nunca justifican los medios. Por la dimensión ética de la rebelión que convierte la cultura y  la educación en  elementos fundamentales fue ejecutado Ferrer y Guardia.

Lo más valioso del anarquismo hoy son las intuiciones básicas que han echado hondas raíces en experiencias variadas que han ido depositando, a modo de capas superpuestas, multitud de hombres y mujeres que han protagonizado mil y un combates anteriores. Se trata de recuperar lo menos doctrinario, lo más informal, en definitiva, lo más difuso, que, a veces, percibimos como debilidad cuando su fortaleza está presente en las muchas voces de la disconformidad del siglo XXI.

Por eso comparto el concepto de "anarquía positiva" de Proudhon que actualiza Daniel Colson cuando afirma que la anarquía es un "prender", un "cuajar" de cuerpos y sentidos, no como se solidifica el hormigón (esa es la manera del fascismo religioso y el integrismo islámico), sino más bien en el sentido de una improvisación de jazz: modos de asociación de entidades radicalmente dispares y singulares que recomponen el mundo sin dejar nunca de ser diferentes, de tener una realidad, un modo de ser y un punto de vista radicalmente irreductibles a todos los demás[5].

El anarquismo o es una utopía o no es nada, ahí reside su actualidad, en los deseos que canaliza de una sociedad cuyo epicentro es la libertad.
Y concluyo, como es habitual en mí en este acto, con las palabras del escritor Eduardo Galeano:
Ella está en el horizonte. Me acerco dos pasos, y ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar.
 



[1] Daniel Colson (2003): Pequeño léxico filosófico del anarquismo. De Proudhon a Deleuze. Nueva Visión, Buenos Aires, p. 30.
[2] Tomás Ibañez (invierno 2016): “El anarquismo que viene”. Libre Pensamiento, nº 88.
[3] Félix García Moriyón (primavera 2016): “El anarquismo y los anarquismos”, Libre Pensamiento, nº 86.
[4] Tomás Ibañez (invierno 2016): “El anarquismo que viene”. Libre Pensamiento, nº 88
[5] Entrevista a Daniel Colson (7-10-2016): “El anarquismo es extremadamente realista”. http://www.eldiario.es/interferencias/Daniel_Colson-anarquismo_6_567003317.html

domingo, 13 de noviembre de 2016

BERLÍN














Nada más volver de Berlín encontré este fragmento en el libro de Kertész que empecé a leer y no he podido evitar reproducirlo aquí ilustrándolo con dos fotografías de los dos espacios de los que habla, la Postdamer Platz y la sinagoga de Oranienburger Strasse. Como bien dice al final de este fragmento, todo, todo cambiará...

Me encuentro en la Postdamer Platz; el pálido sol de la mañana; el desierto cubierto de polvo y escombros en pleno centro de la ciudad, en el lugar que fuera el muro y en sus alrededores. Como después de un bombardeo aéreo enorme, devastador. El ligero olor a ceniza bajo esa suave iluminación, los caminos que conducen a la nada, el recuerdo de los olores y del ambiente de la primavera de 1945, la inasible melancolía de la supervivencia… Cuántas veces estuve así ante la puerta del campo de concentración de Buchenwald, saboreando, por así decirlo, la libertad que olía a cadáver y sabía a la sopa del Lager, y a la fragancia de la primavera… Luego paseo hasta la sinagoga de Oranienburger Strasse. Busco en vano la pequeña pastelería donde una mañana hace trece años, en 1980, cuando el barrio aún pertenecía a la RDA, se me antojó un trozo de pastel verde, grande como una pala de carbón. Desde la ventana de la pastelería mi mirada se proyectó sobre unas ruinas color ladrillo que había enfrente, y no pude quitarles los ojos de encima. Poco a poco surgieron las asociaciones. 


En fotografías documentales, la sinagoga en llamas… la Noche de los cristales rotos, La Oranienburger Stasse, el edificio de estilo morisco… Pagué y crucé la calle a toda velocidad. En efecto, era la sinagoga. Entre las ruinas emergían aquí y allá, por las grietas de los antiguos muros, algunas matas verdes. Ningún vestigio de nada. En el interior, una inscripción casi ilegible en una placa, que se limitaba a aclarar la situación legal de la propiedad. Un montón de escombros mudos, caídos en el anonimato, ultrajados por el olvido. Ahora le han puesto encima una centelleante cúpula dorada, como una corona de espinos. Pero su entorno, las casas en estado ruinoso, la calle devastada, siguen recordando la guerra; el olor a moho que emanan los portales, las imágenes de la decadencia, la podredumbre. Como si las profundidades de un sótano se abrieran de golpe, ahora aflora toda la muerte y toda la devastación que han dejado atrás las últimas décadas. Dentro de pocos años todo esto desaparecerá; todo, todo cambiará: los hombres, las casas, las calles; emparedarán los recuerdos, tapiarán las heridas; el hombre moderno, con su característica flexibilidad, lo olvidará todo, eliminará de su vida la borra turbia del pasado aplicando un filtro, como si fuese el poso del café. Cierta sensación de satisfacción por el hecho de ver todo esto quizá por última vez (y no solo de verlo, sino también de sentirlo), como un naturalista que viese de pronto un ejemplar de una especie extinguida que vive tranquilamente su anacrónica vida.

IMRE KERTÉSZ, Yo, otro. Crónica del cambio, pp. 67-68.

jueves, 3 de noviembre de 2016

IMPRESIONES DE BERLÍN

Viajé a Berlín por primera vez en 2008, hacía 18 años que se habían dado los primeros pasos de la unificación de la la RDA y la RFA, todo un acontecimiento político y económico. En ese primer viaje eran perceptibles aún las diferencias entre la población de ambos países y el movimiento alternativo tenía una presencia muy significativa. 


El barrio de Mitte, el barrio judío, tenía numerosas casas okupadas entre las que destacaba la Kunsthaus Tacheles (la palabra deriva del yidis y quiere decir "hablar claro"). Se trataba de una galería de arte inmensa ubicada en un edificio okupado por un colectivo de artistas en 1990.


El edificio fue desalojado en 2012, con él murió una de las iniciativas más creativas e interesantes de Berlín. Hoy la piqueta y las excavadoras han demolido gran parte del edificio.



Casi nada queda de lo que fue, solo por fuera quedan algunos murales...



Pese a todo, es raro ir a Berlín y no encontrarte con alguna manifestación. El primer día de mi llegada me topé en este barrio del Mitte donde estaba hospedada con una pequeña, pero importante, manifestación en la que había más policía que manifestantes. La pancarta venía a decir: "En recuerdo de las víctimas del holocausto (la shoa), nunca más el fascismo" (no sé alemán, busqué la traducción por internet).


Otro lugar emblemático resiste, se trata de Haus Schwarzenberg, un vestigio más de los movimientos alternativos surgidos tras la caída del Muro.



Hoy, los bajos de estas casas se han convertido en talleres de artesanos/as y no sé si mantienen planteamientos alternativos



Berlín está cambiando, pierde ese aire joven, alternativo y radical que tenía en la década de 1990 y la primera década del 2000...