Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

miércoles, 23 de diciembre de 2015

CON BREVEDAD: CONDENAR SIN RESERVAS EL TERRORISMO ISLÁMICO

No me incluyo entre quienes no condenan sin reservas los asesinatos del terrorismo islámico. No tengo ningún temor de ser acusada de islamofobia por parte de la izquierda. Considero necesario condenar sin reservas escondidas, como puede ser el contexto atenuante del colonialismo o, más recientemente, la ocupación norteamericana de Iraq, el terrorismo islámico. Esas reservas escondidas las han utilizado grandes totalitarismos para justificarse, empezando por el propio nazismo.

EL ROTO
No solo no niego sino que considero relevante la colonización a la que han sido sometidos continentes enteros por parte de algunos países europeos y las políticas interesadas durante y después de la guerra fría por parte de EUA y algunos países europeos. Sin embargo hay que ir más allá, pensar más allá, de si los motivos de queja que condicionan los actos terroristas son verdaderos o no, me parece mucho más relevante el proyecto político-ideológico que ha aparecido como reacción contra las injusticias[1].

El Estado islámico (EI) no es producto de la locura, tenemos  tendencia a considerar que los crímenes que no entendemos están fuera de la historia. Considerar incomprensibles a otras personas es abandonar la búsqueda de la comprensión y, por tanto, renunciar a la historia, los motivos de los asesinos del EI tienen, sin duda, un sentido, ningún acontecimiento pasado está más allá de la comprensión histórica ni de la indagación histórica[2]. En este sentido, el terrorismo tiene una médula racional, que se propone alcanzar determinados objetivos políticos concretos, aunque también es cierto que los rasgos característicos de estos grupos terroristas son su fanatismo, ya que con frecuencia el elemento místico de su pensamiento, su orientación ideológica al margen del núcleo religiosos o nacionalista de su credo, no tienen una importancia decisiva[3]. Los terroristas dicen haber encontrado la Verdad y que la subordinación del hombre a Dios no supone esclavitud ni subordinación y puede sustentar un proyecto de emancipación puesto que su subordinación a Dios supone el rechazo a todos los amos terrenales (Zizek, 2015: 27).


Pese al fanatismo religioso que conlleva su proyecto político-ideológico y el hecho de creerse en posesión de la Verdad, se sienten amenazados por los no creyentes, están irritados y, a la vez, intrigados y fascinados por la vida pecaminosa de los no creyentes. Por ese motivo los convierten en objeto de sus iras, en el último atentado de París (30 noviembre 2015) sus objetivos fueron espacios de ocio como un campo de fútbol, una discoteca o las terrazas de los restaurantes. Descartan el legado occidental como pecaminoso y arremeten especialmente contra las libertades personales y contra una dosis saludable de ironía y burla de cualquier autoridad (atentado de Charlie Hebdo, enero 2015).
Si la izquierda no es capaz de pensar e ir más allá de los tópicos y del miedo cerval a ser acusada de islamófoba, la extrema derecha capitalizará en beneficio propio el terrorismo islámico para crear un clima de miedo que haga justificable el recorte de libertades en Europa y la xenofobia en contra de la población musulmana europea.





[1] Me parece interesante el  breve libro de SLAVOJ ZIZEK (2015): Islam y modernidad. Reflexiones blasfemas. Herder, Barcelona.
[2] Planteamiento que se aplica a los asesinatos cometidos por el régimen nazi alemán en TIMOTHY SNYDER (2011): Tierras de sangre. Europa entre Hitler y Stalin. Barcelona, Galaxia Gutenberg.
[3] Puede resultar útil la lectura de WALTER LAQUEUR (2003): Una historia del terrorismo. Paidós, Barcelona.

domingo, 13 de diciembre de 2015

W.G. SEBALD, Sobre la historia natural de la destrucción

Supe de este libro tomando café con una compañera y un compañero de trabajo con los que habitualmente hablamos de libros, es nuestro punto de afinidad principal. Me sorprendió el título, que hace referencia al orden natural de las ciudades durante las semanas que seguían a un raid aniquilador (44), por ejemplo al aumento de criaturas parasitarias que proliferaban en los cadáveres desprotegidos, la desaparición de calles que quedaban inundadas pronto de vegetación, etc. Pero también considera como fenómeno natural la vida social, así que no me acaba de quedar claro el título.



En 1982, Sebald entregó un artículo titulado Luftkrieg und Literatur, que luego pasó a ser la base de unas polémicas conferencias dictadas por el mismo autor en Zurich con el mismo nombre (“Guerra aérea y literatura”), en el otoño de 1997. El compendio de estas conferencias es lo que fue recogido en este libro, junto con un apartado dedicado al escritor Alfred Andersch, en total, junto con una advertencia preliminar y las notas, 158 páginas publicadas en castellano en 2003.

Literatura que se acerca más al ensayo que a la narración de ficción, incorporando también fotografías. Esta obra explora las dimensiones que alcanzó la destrucción de las ciudades alemanas en los últimos años de la Segunda Guerra Mundial, y (…) los horrores que acompañaron a esa devastación (13). Un aspecto sistemáticamente ignorado en la propia Alemania dada la escasa producción literaria y/o histórica al respecto.

Solo la Royal Air Force arrojó un millón de toneladas de bombas sobre 131 ciudades, algunas de las cuales atacadas repetidamente fueron totalmente arrasadas. Unos 600.000 civiles fueron víctimas de la guerra aérea en Alemania, tres millones de viviendas destruidas que provocaron que siete millones y medio de personas quedaran sin hogar. Toda esta información aparece en la primera página, la 13. Sin embargo, esta aniquilación sin precedentes en la historia solo fue recordada en forma de vagas generalizaciones, quedó excluida en gran parte de la experiencia retrospectiva de los afectados y no ha desempeñado nunca un papel digno de mención en los debates sobre la constitución interna de nuestro país (14).

Este es el punto de partida del libro, que reflexiona sobre cómo los bombardeos de ciudades como Hamburgo, Dresde, Berlín y otras, se convirtió en un tabú colectivo, olvidando no solo estos hechos sino los doce años de envilecimiento de la sociedad alemana. El caso del escritor Andersch sería un ejemplo de la fuerte influencia nazi en escritores que no se reconocen como tales.

La desmemoria sobre estos bombardeos tan devastadores puede ser interpretada como la aceptación del atroz castigo por los años de nazismo y guerra, como una especie de vía de redención. Sin embargo el efecto puede ser el contrario, al crearse un vacío en la memoria, no se asume la responsabilidad de aquello que provoca tan desmedida respuesta, olvidar la destrucción para centrarse en la reconstrucción puede ser digno de alabanza si no fuera porque es una manera de enmascarar y olvidar el pasado, de caer en la ceguera para esquivar lo ocurrido, de orientar a la población exclusivamente hacia el futuro y la obligó a callar sobre lo que había sucedido (17).

El olvido no fue compensado por la literatura de la posguerra que reflejo escasamente estos sucesos, de ahí que se hable de la autoanestesia de una comunidad (21).
La muerte por el fuego en pocas horas de una ciudad entera, con sus edificios y árboles, sus habitantes, animales domésticos, utensilios y mobiliario de toda clase tuvo que producir forzosamente una sobrecarga y paralización de la capacidad de pensar y sentir de los que consiguieron salvarse (34).
Cuestiona la memoria histórica por su insuficiencia, poca fiabilidad y vacuidad, no se fía de la forma en que se articulan los recuerdos y por ello piensa que no fueron un factor digno de mención en la conciencia pública de la República Federal (89).


Llama la atención la descripción de la destrucción de Hamburgo, poniendo de manifiesto su excelente estilo en el que combina la sensibilidad ante el dolor de otras personas con la brillantez de su prosa. Sebald hace algo más que una narración de sucesos, explora el alma humana, su sufrimiento, su forma de afrontar la desgracia, su forma de olvidarla para reconstruir (se). Al hilo de sus reflexiones nos va proponiendo diversos autores y obras: novelas, cine, ensayos, etc. Una obra interesante que desvela unos hechos desconocidos y que nos plantea múltiples interrogantes.

jueves, 3 de diciembre de 2015

SOBRE LA VERDAD Y LA HISTORIA


Hay libros de historia que aportan innovaciones sobre temas poco conocidos o sobre aspectos no investigados que resultan siempre interesantes, pero hay libros que tienen la virtud de no contentarse con las explicaciones dominantes y, aparentemente, incontestables. De estos últimos hay muy pocos, cuando encuentras uno de ellos la sorpresa te va llevando de hoja en hoja sin casi dar crédito a lo que leemos. Timothy Snyder ha logrado encontrar esa nueva perspectiva en Tierras de sangre. Europa entre Hitler y Stalin. El punto de partida de su libro es no dejarse limitar por las fronteras o por las etnias perseguidas y poder establecer, de esa manera, las conexiones entre los diversos aspectos que entraron en juego en un tiempo común, 1933-1945, y en un espacio común, la geografía humana de las víctimas, las Tierras de sangre. Solo estableciendo dichas conexiones se puede entender la dimensión de lo ocurrido en ese espacio que abarca desde Polonia central hasta Rusia occidental a través de Ucrania, Bielorrusia y los países bálticos. Esas tierras se bañaron de sangre por motivos políticos, más que por ideologías raciales o nacionales, ahí murieron catorce millones de personas que no fueron bajas de guerra, la mayoría fueron mujeres, niños/as y ancianos/as.


No pretendo hacer aquí una reseña de este libro sino una reflexión sobre un aspecto muy concreto de él y que, quizás, se puede considerar marginal: la historia, la memoria y la verdad.
La Alemania nazi y la URSS buscaron dominar la historia. Los nazis derrotados en la guerra ejercieron menor influencia, pero la URSS, asentada en el poder durante más tiempo y apoyada por un importante aparato político, logró condicionar la perspectiva sobre la memoria y los estudios históricos de lo sucedido en las Tierras de sangre.  En esta competición por la memoria, el Holocausto, las otras políticas alemanas de asesinato en masa y las masacres estalinistas se convirtieron en tres historias diferentes, aunque compartieran tiempo y espacio en la realidad histórica.
La verdad, ¿es tan solo una convención del poder, o puede un relato histórico veraz resistir la fuerza gravitatoria de la política?


En 1938 y 1939, poco antes de morir, Joseph Roth, en artículos recogidos en La filial del infierno en la tierra, escribía sobre la verdad:
La adulteración de la verdad se consigue en el periodo más corto de tiempo recurriendo a la exageración o a la simple negación de la realidad. (…) La verdad requiere propagación, pero no “propaganda”.Sé que mientras nosotros nos esforzamos por decir la verdad, en un simple papel, el altavoz ya está allí preparado para el transmisor de mentiras (…). Aun así nosotros hablamos. Aun así, escribimos. Porque sabemos que las palabras veraces no mueren. Nuestra fe es sólida, porque no teme la duda. Al contrario, ésta la refuerza. 
Roth se devanaba los sesos sobre cómo expresar lo inexpresable. 
El círculo de fascinación de la mentira, que los criminales levantan en torno a sus fechorías, paraliza la palabra y a los escritores, que están a su servicio. 
Y daba vueltas y vueltas sobre la necesidad de tomar la palabra (…) la palabra amenazada por la paralización. Sin embargo, se desesperaba, ya exiliado en París, por la indiferencia de los países europeos ante lo que estaba sucediendo en Alemania tras la llegada al poder de Hitler en 1933.
La quema de libros, la expulsión de los escritores judíos y todos los demás desvaríos (…) pretenden aniquilar el espíritu. (…) la Europa espiritual se rinde. Se rinde por debilidad, por desidia, por indiferencia, por irreflexión. El futuro deberá investigar con exactitud los motivos de esta capitulación vergonzosa.(…) los indiferentes siempre han contribuido a que el mal triunfe. Si el humanitarismo se percibe como excepcional, ello significa que la inhumanidad es lo acostumbrado. Lo natural se convierte sin más en sobrenatural. (…) Nada es tan brutal como la indiferencia frente a lo que ocurre en el terreno de lo humano. 
Aun hoy existe la tentación de pensar que los crímenes nazis están fuera de la historia o que la historia tiene un solo curso posible como decía Stalin.
Identificarse con las víctimas puede obviar el entender el entorno histórico que éstas compartieron con los perpetradores y los testigos mudos en las Tierras de sangre. Hay que entender a los perpetradores, después de todo, el peligro moral no es que uno pueda convertirse en víctima, sino en perpetrador o en testigo mudo. Considerar incomprensibles a otras personas es abandonar la búsqueda de la comprensión y, por tanto, renunciar a la historia. Los asesinos en masa tenían unos motivos y un sentido para ellos y hay que conocerlos e investigarlos.
T. Snyder cuestiona la cultura de la conmemoración y que la memoria puede evitar el asesinato, las políticas de la memoria histórica suelen ser selectivas porque son, sobre todo, políticas. La sobrevaloración de la memoria ha permitido casos como el de Enric Marco que recoge Javier Cercas en El impostor, la historia debe desplazar a la memoria interesada (normalmente nacionalista). 


La memoria no puede sustituir la historia, como dice W. G. Sebald, en Sobre la historia natural de la destrucción:
Uno de los problemas centrales de los llamados “relatos vividos” es su insuficiencia intrínseca, su notoria falta de fiabilidad y su curiosa vacuidad, su tendencia a lo tópico, a repetir siempre lo mismo (88).
 A las/los historiadores les corresponde buscar los números y situarlos en perspectiva y como humanistas, transformar los números en personas ya que cada persona es irrepetible.
El autor considera que la historia se ha de basar sobre fundamentos nuevos con una metodología sencilla asentada sobre tres aspectos:
Ø  La insistencia en que ningún acontecimiento pasado está más allá de la comprensión ni de la indagación histórica.
Ø  La reflexión sobre la posibilidad de opciones alternativas, que va unida a la aceptación de que la capacidad de elección en los asuntos humanos es una realidad irreductible.
Ø  Una revisión, ordenada cronológicamente, de todas las políticas nazis y stalinistas que mataron a grandes cantidades de civiles y prisioneros de guerra.
Los asesinatos en masa del siglo XX tienen el más alto significado moral para el siglo XXI, pese a que afirma Sebald que somos incapaces de aprender de la desgracia que hemos causado, y que, incorregibles, seguiremos avanzando por senderos trillados (…). 
La mirada hacia la destrucción es la mirada horrorizada del ángel de la Historia, del que Walter Benjamin ha dicho que, con sus ojos muy abiertos, ve “una sola catástrofe, que incesantemente acumula escombros sobre escombros y los arroja a sus pies. El ángel quisiera quedarse, despertar a los muertos y unir lo destrozado. Pero desde el Paraíso sopla una tormenta que se ha enredado en sus alas con tanta fuerza que el ángel no puede cerrarlas ya. Esa tormenta lo empuja incesantemente hacia el futuro, al que da la espalda, mientras el montón de escombros que tiene delante crece hasta el cielo. Esa tormenta es lo que llamamos progreso (76).