Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

martes, 23 de junio de 2015

CAMPOS DE CONCENTRACIÓN Y SS EN EL 70 ANIVERSARIO DEL FIN DE LA II GUERRA MUNDIAL

EUGEN KOGON, El Estado de la SS. El sistema de los campos de concentración alemanes.


Llegué a este libro a través de Primo Levi en su obra, Si esto es un hombre. Buchenwald fue el primer lager que cayó intacto en manos de las tropas aliadas. Los servicios de inteligencia norteamericanos (el Intelligence Team de la Psychological Warfare División) llegaron a este campo con la intención de estudiarlo y presentar un informe. Pronto comprendieron que a las personas ajenas no les sería posible comprender ni valorar las complicadas relaciones internas del lager y que el informe debería  hacerse en estrecho contacto con prisioneros del campo. El nombre de Kogon, sociólogo y especialista en ciencias políticas, formaba parte de una lista de personas recomendadas que había sido entregada a los norteamericanos por emigrantes que se encontraban en Estados Unidos y a él le encomendaron la tarea de elaborar dicho documento. Su informe fue una descripción minuciosa de Buchenwald, campo en el que estuvo prisionero seis años, constaba de 400 páginas mecanografiadas que contenían un informe principal de 125 páginas elaborado por Kogon, y cerca de 150 informes de distintas personas a las que se les había pedido una opinión basada en sus experiencias. Entregado el informe se le recomendó a su autor que lo reelaborara como libro ampliándolo a todos los campos de concentración. El Estado de la SS se convirtió, desde su publicación en 1946, en una obra de referencia que fue utilizada en los juicios de Nuremberg. Reeditada con éxito en 1977, continúa siendo una obra imprescindible. No estamos ante un estudio histórico al uso, más bien tiene un carácter sociológico en el que el contenido humano, político y moral destaca por encima de otros aspectos más académicos.


Eugen Kogon nació en 1903 y murió en 1987 en Alemania, hijo de madre soltera de origen ruso-judío, fue entregado en acogida a una familia que lo educó en centros católicos. Su ideología combinó el cristianismo con el socialismo, hombre de vocación humanista, se opuso al régimen nazi, sufriendo su tercer y definitivo arresto por la Gestapo en Viena, cuando la anexión de Austria (marzo de 1938). En septiembre de 1939 fue internado en uno de los mayores campos de concentración del Tercer Reich, el de Buchenwald (en las proximidades de Weimar, Turingia); su confinamiento se prolongó hasta el final de la Segunda Guerra Mundial.
Per me si va nella città dolente.
Per me si va nell’eterno dolore.
Per me si va alla perduta gente.
Lasciante ogni speranza voi ch’entrate!
(A través de mí se va a la ciudad doliente.
A través de mí se va al eterno dolor.
A través de mí se va al pueblo de los perdidos.
¡Abandonad toda esperanza, los que entráis!)

El infierno de Dante sería una excelente metáfora del mundo del lager, del otro mundo, sobre el que reflexiona  Kogon en un primer capítulo, titulado “El terror como sistema de dominio”, que incorporó en 1948. El terror es considerado como método de violencia que salta por encima del Derecho y corrompe cualquier idealismo, si es que el nazismo llego a tenerlo alguna vez. El estado de pánico deja desamparado al ser humano y lo vence, creando la verdadera relación de superioridad e inferioridad. El autor afirma que las masas no reaccionan ante una ilimitada aplicación de violencia y si lo hacen es individualmente y según sus intereses. 
Los 24 capítulos restantes son un recorrido minucioso sobre los fines y organización del Estado por parte de la SS, así como el tipo de vida de éstos y el mundo de los campos en los que reinaban: organización, clases, prisioneros, el trabajo, los castigos, la alimentación, las condiciones sanitarias, las instalaciones especiales, etc. Estos capítulos son esencialmente descriptivos, minuciosos, templados y, sin embargo, dibujan un mapa del horror difícil de olvidar  y que impacta. Los campos iban mucho más lejos en sus objetivos que la mera explotación de los prisioneros como esclavos, pretendían destruirlos y reducirlos a una condición inferior a la del ser humano, degradarlos, bestializarlos y convertirlos en despojos sin alma que se dejaran conducir al matadero como las bestias.
Tras la descripción detallada de los campos, Kogon concluye con tres capítulos magníficos en los que reflexiona sobre la psicología de la SS, de los prisioneros y la actitud del pueblo alemán hacia los campos.
El esquema psicológico de los miembros de la SS respondía a unos contenidos de la conciencia, precisos, dogmáticos, simples y sin elaborar. Eran hombres en los que no hacía ningún efecto la razón ni los ideales auténticos, eran unos bárbaros sin cultura, es decir, sin capacidad crítica, quizás por ello practicaban la doble moral sin pudor y desde su conciencia de señores, de élite, todo tenía que suceder según su voluntad, mostrando un desmesurado afán de poder.
La mediocridad, tanto si residía en la inteligencia, en el espíritu, en la voluntad, en la fantasía como en la múltiple socialización de las cualidades del alma humana, llevo a esas personas a la SS, y allí, afirmando su superioridad, encontró cobijo; la mediocridad las mantuvo en la SS y las empujó de vicio en vicio, de crimen en crimen. El comportamiento de cada uno de los miembros de la SS, independientemente de su graduación, era característico de este comportamiento básico y del sistema (p. 455).
La psicología de los prisioneros era sometida desde la entrada en ellos a una prueba terrible: Los campos de concentración trituraban las almas de sus víctimas como piedras de molino. ¿Quién era el que podía salir inmune de este proceso? No hubo nadie que saliese igual que entró (p. 457). Kogon describe cómo se producía la adaptación al campo o la muerte;  que la supervivencia era el resultado de un conjunto de circunstancias y que no era solo producto de un esquema simplista basado en la inteligencia, la voluntad y el espíritu. Soportar el proceso de profunda humillación y degradación personal al llegar al campo constituía la primera selección. En tres meses se producía un desmoronamiento espiritual y físico que conducía a la muerte o el suicidio, a la adaptación a la degeneración del campo o a dominar la situación si se demostraba la suficiente fortaleza de carácter… realmente se necesitaba mucho tiempo para que el espíritu, arrancado de un mundo firme, pudiese hallar su mundo de gravedad interno en el mundo salvaje, a vida o muerte, en el que había sido arrojado (465).
Sobre si el pueblo alemán sabía o no sabía el horror de lo que sucedía en los campos, sobre las razones políticas, religiosas o psicológicas por las que arraigó una ideología como el nazismo y sobre la nula reacción del pueblo alemán, como pueblo, a la injusticia, son los pivotes sobre los que gira el último capítulo de este excelente y necesario libro.
Kogon quiere testimoniar lo sucedido en el Estado de la SS y en los lager para que nunca pueda repetirse algo similar:

¡Qué Dios libre al mundo en el futuro, después de semejantes ejemplos, de todos los profetas que nos hablan de la “lucha por la existencia”, esto es, de trasladar la ley de la selva a la sociedad humana (p. 464).

sábado, 13 de junio de 2015

EL APOLITICISMO DESDE EL MARGEN


Publicado en La Marea

JURE KRAVANJA
No parece el mejor momento para hablar de uno de los rasgos que mejor definen la idiosincrasia del anarquismo, el apoliticismo, dado el entusiasmo que despierta la participación política y las expectativas de cambio que tal participación genera en amplios sectores de población.
Henry D. Thoreau[1], un hombre que resulta inclasificable pero que tiene un claro talante libertario y solidario,  señalaba ya a mediados del siglo XIX que:
El gobierno por sí mismo, que no es más que el medio elegido por el pueblo para ejecutar su voluntad, es igualmente susceptible de originar abusos y perjuicios antes de que el pueblo pueda intervenir.
Añadía, además, que lo deseable no es cultivar el respeto por la ley, sino por la justicia y que solo una minoría sirven al Estado con sus conciencias, con lo que acaban las más de las veces enfrentándose a él y casi siempre son tratados como enemigos. Para Thoreau, las votaciones son un jugar con lo justo y lo injusto, con cuestiones morales. Votar, por tanto, es expresar débilmente el deseo de justicia, que al quedar en manos de la mayoría se deja al azar del resultado.
Anarquistas posteriores redundaron en la línea marcada por Thoreau señalando, como Proudhon[2], que:
Ser gobernado significa ser observado, inspeccionado, espiado, dirigido, legislado, regulado, inscrito, adoctrinado, sermoneado, controlado, medido, sopesado, censurado e instruido por hombres que no tienen el derecho, los conocimientos, ni la virtud necesarios para ello. Ser gobernado significa, con motivo de cada operación, transacción o movimiento, ser anotado, registrado, controlado, grabado, sellado, medido, evaluado, sopesado, apuntado, patentado, autorizado, licenciado, aprobado, aumentado, obstaculizado, reformado, reprendido y detenido.
Es, con el pretexto del interés general, ser abrumado, disciplinado, puesto en rescate, explotado, monopolizado, extorsionado, oprimido, falseado y desvalijado, para ser luego, al menor movimiento de resistencia, a la menor palabra de protesta: reprimido, multado, objeto de abusos, hostigado, seguido, intimidado a voces, golpeado, desarmado, estrangulado por el garrote, encarcelado, fusilado, juzgado, condenado, deportado, flagelado, vendido, traicionado y por último, sometido a escarnio, ridiculizado, insultado y deshonrado.¡Eso es el gobierno, esa es su justicia, esa es su moral!”
No está de más señalar que el anarquismo lo que rechaza  es la intervención en la política institucional ofrecida por el propio sistema con la intención de transformarlo, ya que como señaló Sartre: Quien respeta la legalidad no puede actuar contra el sistema, vive en él. Actuar  en la política para modificar el sistema a través de las acciones que, como señala Thoreau, surgen de los principios, de la percepción y la realización de lo justo, con la intención de cambiar las cosas y las relaciones de poder, también es participar en política y ahí siempre ha estado presente el anarquismo como ideología política que es.
La participación política que están impulsando en la actualidad diversos partidos o coaliciones electorales (como Podemos, Guayem, Barcelona/Zaragoza [y otras] en común, CUPs, etc) que dicen surgir de los movimientos sociales, especialmente del 15 M, y que aspiran a no abandonar, no es nada nuevo. El movimiento obrero se vio recorrido por esa disputa desde su origen y generó una discusión directa en la AIT (1864-1876) entre bakuninistas partidarios de la no participación en política y del rechazo a la formación de partidos obreros, y los marxistas que defendieron la posición contraria. La escisión y disolución de la AIT por esta disputa sobre la intervención política fracturó al movimiento obrero y lo encarriló mayoritariamente hacia la fundación de partidos para intervenir en los parlamentos y desarrollar una política reformista que favoreciera a las clases trabajadoras. Recordando la mencionada frase de Sartre, estos partidos se instalaron en el respeto a la legalidad y abandonaron los sueños de transformación del sistema iniciando los primeros pasos de la socialdemocracia. No podemos olvidar que aquellos partidos obreros que mantuvieron la idea de la revolución social y conquistaron el cielo, perdón el poder, acabaron construyendo  terribles distopías que crearon una sociedad totalitaria, cruel y represora, en la que el Estado creció hasta imponer la voluntad de una minoría sobre la inmensa mayoría de la sociedad (fue paradigmático el estalinismo soviético).
La socialdemocracia, viviendo en el sistema, ha evolucionado hacia posiciones de poder neoliberal, deteriorando su prestigio entre corruptelas y puertas giratorias. La política ha quedado reducida a una cuestión de gestión de expertos de las necesidades del capitalismo global que ha provocado, desde 2008, consecuencias devastadoras para las clases trabajadoras y clases medias.
Las organizaciones políticas que viven en el sistema, no suelen iniciar  movimientos de protesta, y así ocurrió con el movimiento 15M de 2011, sino que son éstos los que dan lugar al nacimiento de organizaciones (Podemos y las diversas coaliciones electorales que dicen proceder de dicho movimiento) que, a su vez, intentan domesticar las protestas y transformarlas en canales institucionales, tal como está sucediendo cuatro años después de iniciado este movimiento. Como señala James C. Scott[3], en la medida en que las protestas amenazan el sistema, las organizaciones formales son más un impedimento que un elemento facilitador ya que las instituciones estatales controlan férreamente el poder del Estado y del acceso institucionalizado a él. El 15M desafió en primer lugar esa idea práctica de la política: no nos representan; era un momento en el que se daban las mayores alteraciones y en el que dichos movimientos estaban menos organizados y eran menos jerárquicos, por tanto, eran más rebeldes en el desafío no institucionalizado frente al orden existente. No había líderes con los que negociar un acuerdo y el desafío en masa, precisamente porque amenazaba el orden institucional (recordemos el parlamento cercado por manifestantes tanto en Madrid como en Barcelona), hacía reclamar desde el poder que la ciudadanía lo que debía hacer era votar y no movilizarse y para ello eran necesario que surgieran organizaciones que intentaran canalizar este desafío e incorporarlo al flujo de la política normal, donde pudiera ser contenido. Lógicamente los partidos tradicionales no esperaban ser sustituidos por partidos de indignados, pero incluso su dudosa desaparición no es preocupante para el sistema que tiene una gran capacidad de asimilación como lo demostró con los partidos socialistas, comunistas, verdes, etc.

JURE KRAVANJA
Y llegamos al nudo gordiano de la lucha política: ¿participamos para cambiar de manos el poder político y reformar aspectos secundarios del capitalismo neoliberal o luchamos para cambiar la vida? Si lo que deseamos es lo primero, los nuevos partidos son más eficaces, al venir de fuera del sistema, para transformar la rabia, la frustración y la indignación en un programa político que constituya la base sobre la que tomar decisiones políticas y legislar. Tienen una multitud rebelde que patrimonializar si la disciplinan y controlan. Estas organizaciones son enunciadas por J. C. Scott como instituciones traductoras, puesto que su capacidad de negociación está basada en traducir su control respecto a los movimientos de los que proceden. Es la rebeldía del 15M la que ha constituido la fuente de influencia de estos nuevos partidos, por ello podemos considerarlos como auténticos parásitos de la rebeldía espontánea que tratan de transformar en votos y en poder dentro de las instituciones.
Olvidada la idea de una revolución total que lo podía cambiar todo, en todo el mundo, y que mantenía el enfrentamiento frontal contra el sistema, la revolución del siglo XXI quizás no está tanto en los fines como en los medios, de tal manera que la máxima del fin justifica los medios podría girar en los medios justifican el fin. Los medios tan vapuleados en aras de conseguir los fines, se pueden convertir en la clave de una transformación cuyas dimensiones no son fáciles de prever, ni deberían interesarnos en exceso, tras un siglo y medio en que los fines lo han acaparado todo con unos resultados más bien exiguos si tenemos en cuenta el actual dominio neoliberal.
Un medio irrenunciable para el anarquismo es la praxis de la libertad frente a la conformidad, pero también, como señala Byung-Chul Han[4], el rechazo a la violencia del consenso que reprime cualquier particularidad y que reina en la conexión a la red y en la comunicación digital. Lo más actual del anarquismo está en la importancia que da a las relaciones de poder, la hipersensibilidad frente a la autoridad, el rechazo frontal de todas las decisiones desde el ejercicio del poder, como elementos contradictorios con la libertad.  La libertad verdadera solo es posible mediante una completa liberación de la vida respecto del capital, nuestro futuro dependerá de que seamos capaces de servirnos de lo inservible más allá de la producción. El rechazo de una praxis consumista puede desarrollar una forma de vida que esté libre de la necesidad.
Crear, en definitiva, nuevos espacios en los que construir  el arte de la vida como praxis de la libertad y en los que caben cooperativas autogestionadas y redes de economía alternativa. Es necesario comenzar en otro  puerto de partida, en un espacio propio y libre  que marque distancias con el utilitarismo que se ha adueñado de la política, y logre articular, si es necesario, las objeciones a nuestra forma de vida redefiniendo lo que puede unir a las personas, abandonando el individualismo, el consumismo y la codicia que impregna toda la actuación humana.
La dificultad hoy no estriba en expresar libremente nuestra opinión, sino en generar espacios libres,  en los que prime la soledad y el silencio y encontremos algo que decir. Abrir  espacios virginales, como señala Byung-Chul Han, para que el pensamiento pueda iniciar un hablar totalmente distinto  que sea capaz de cuestionar los esquemas de dominación, las manifestaciones sexistas, las formas de explotación económica, o las relaciones jerárquicas. No es una novedad esta propuesta, el mencionado Henry D. Thoreau señalaba la vacuidad de las conversaciones cotidianas y cómo lo superficial lleva a lo superficial, permitiendo que las personas abarroten la mente con basuras y deja que, rumores e incidentes ociosos e insignificantes, se introduzcan en un terreno que debiera ser sagrado para el pensamiento. Clamando por la castidad de la mente como única forma de pensar y acceder al conocimiento. Y desde el silencio quizás es posible la revolución interior que, tan relevante fue  siempre para el anarquismo individualista, para hacer crecer comportamientos fraternales, solidarios y de apoyo mutuo con las personas más próximas. La incitación a volver a una concepción moral y natural de la sociedad, la libre opción y la libertad de juicio, son medios a destacar en la praxis libertaria.
Las formas de participación política anarquistas tienen que basarse en la capacidad de decidir por sí mismo, sin delegación, tanto individualmente como colectivamente. A diferencia de las acciones institucionalizadas, a través de la “acción directa” los actores sociales intentan alcanzar sus objetivos transgrediendo o vulnerando los canales institucionales del orden social para lograr sus demandas. No solo se refiere al carácter no mediado institucionalmente de la forma de lucha, sino también al carácter organizativo no delegado de dicha forma de acción.
James C. Scott[5],  propone practicar la infrapolítica con acciones diversas como, dar largas o inacción, furtivismo, ratería, disimulo, sabotaje, deserción, absentismo, ocupación y huida. Las clases subordinadas han carecido históricamente del lujo de la organización política manifiesta, lo que no les ha impedido trabajar en complicidad y de forma microscópica, cooperativa y multitudinaria en el cambio político desde abajo.
El anarquismo tiene un trasfondo, desde la libertad y la autonomía personal, que puede construir sin dogmas un modelo de vida que respeta las emociones, la autoestima, la responsabilidad de las decisiones propias, el estímulo de las capacidades y la inteligencia desde el realismo de lo posible. Estos medios pudieran convertirse en el fin, pensado desde otro punto de vista más acorde con el siglo XXI.





[1] Henry D. Thoreau (2013): Desobediencia civil y otros escritos. Alianza, Madrid, p. 83 y 85.
[2] J. Proudhon (1994): “La idea general de la revolución en el siglo XX”. En: Alonso, M. E., Elisalde, R. y Vázquez, E. Historia Argentina y del mundo contemporáneo. Buenos Aires, Aique, 1994. 
[3] James C. Scott (2013): Elogio del anarquismo. Crítica, Barcelona, p. 17. 
[4] Byung-Chul Han (2014): Psicopolítica. Herder, Barcelona, pp. 120-122. 
[5] James C. Scott (2013): Elogio del anarquismo, p. 20.

miércoles, 3 de junio de 2015

STEFAN ZWEIG, Castellio contra Calvino. Conciencia contra violencia.

Nunca necesito motivos para leer a Stefan Zweig, uno de mis autores favoritos. Esta obra hacía un tiempo que la tenía en un rincón donde voy poniendo aquellos libros que considero de lectura inminente (aunque resulta que, a veces, no lo es tanto porque se me van colando otros).


Esta obra de 251 páginas deja claro en su título que se trata de una confrontación entre dos hombres, Castellio, y su defensa de la conciencia libre, y Calvino, y su defensa de la constricción de la libertad a través de la violencia. Fue escrita en 1936, un año fatídico en el que quedó definitivamente claro que se habían definido dos bloques antagónicos en Europa: las potencias totalitarias con políticas exteriores agresivas y que habían entrado en una loca carrera de rearme, y las potencias democráticas con políticas pacifistas, aunque ambiguas frente al fascismo al que consideraban garantía frente al comunismo. En este año la política expansionista japonesa seguía su curso en el Pacífico y Asia. Se inició en julio la guerra civil española. Se formó el eje Roma-Berlín y se firmó el Pacto Anti-Komintern con Japón, al que se unió Italia. Hitler tomó la decisión de la reocupación militar del  territorio desmilitarizado del Rin. Italia se anexionó Etiopía y marcó como territorio de expansión el Mediterráneo.

Las leyes de Nuremberg, de claro contenido racista y antisemita, se habían aprobado el año anterior y, sin embargo, Stefan Zweig confiaba, pese a las advertencias por carta en sentido contrario de su amigo Joseph Roth, en que el nazismo acabaría por perder importancia y que, siendo preocupante, no llegaría a mayores.

La historia tiene sus misterios, su azar, sus volutas en las que parece que todo se repite ya que fue también en el año 36, 1536, cuando la ciudadanía ginebrina, convocada por el sonido de los clarines se reunió en el “ágora” y levantando unánimemente la mano, declaró que querían vivir exclusivamente según el evangelio y la palabra de Dios y de esta manera la religión reformada se implantó como doctrina del Estado y como único credo válido y permitido. 

Ese bucle de la historia permite hablar del año 1936, pese a que la obra de Zweig nos sitúa en 1536. Resulta evidente a través de su lectura que el autor establece un paralelismo, salvando 400 años de historia, entre la lucha que Castellio libró con Lutero y la que se vislumbraba en Europa. O lo que es lo mismo, tolerancia, libertad, humanismo y conciencia, frente a persecución, tutela y fanatismo. Pero hay algo más, Zweig reflexiona sobre la tendencia que tiene el ser humano a confiar en el mesianismo (calvinista, nacional-fascista u otros propios del siglo XXI) para resolver sus problemas y sumergirse y escudarse en la colectividad para apoyar la persecución de hombres y mujeres heterodoxas, discrepantes, librepensadoras, herejes, personas con criterio propio, en definitiva.


Señala Zweig que de la arbitrariedad surge el dogma. De la libertad, la dictadura. De la exaltación anímica, una rígida norma espiritual (p. 30), y una no sabe si habla solo del siglo XVI, del XX o del XXI, del calvinismo, del stalinismo o del neoliberalismo y su falsa libertad denunciada por Byung-Chul Han, puesto que una tiranía dogmática surgida de un movimiento en pro de la libertad es siempre más dura y más severa con respecto a la idea de libertad que cualquier poder hereditario (51).

Resulta coherente que las dictaduras siembren el terror, eliminen la libertad, intimiden al individuo hasta que, sin ofrecer resistencia, se diluya en el rebaño devoto y sumiso hasta que todo lo singular desaparezca. Igualmente les une a los totalitarismos su deseo por eliminar todo lo que alegra la vida y la hace digna de ser vivida: el arte, el teatro, las diversiones, las fiestas populares, el baile o el juego.

Resulta muy difícil oponerse a una dictadura ya que, mientras una idea no se una al descontento, seguirá siendo una débil murmuración, una fuerza solo latente, en lugar de activa (82). Y mientras esa unión se produce, solo individualidades con un pensamiento diferente, como Miguel Servet y Sebastian Castellio, se levantan con su libertad interior para enfrentarse, sin posibilidad de éxito, al terror dictatorial. Son solitarios que se convierten en símbolos de la disensión ideológica. A estos dos hombres, entre miles de indefensos que fueron vejados, quemados, decapitados, estrangulados o ahogados en el patíbulo de un siglo especialmente violento, dedica Zweig este libro, a recorrer su calvario frente al poderoso.

La unión de religión y Estado convirtió a los disidentes religiosos en verdaderos agitadores que alteraban el orden social, por ello eran tan peligrosas palabras tan simples como esta afirmación de Castiello:
Buscar y decir la verdad, tal y como se piensa, no puede ser nunca un delito. A nadie se le debe obligar a creer. La conciencia es libre (151).
El Estado ante este peligro de alteración del orden social y religioso admite el derecho a la represión y la violencia. Castiello escribió el “yo acuso” de su época con su Contra libellum Calvini, una obra que dirigida contra Calvino, gracias a su fuerza moral, dice Zweig, será una de las más brillantes polémicas escritas contra cualquier intento de acallar la palabra por medio de la ley; el modo de pensar, por medio de una doctrina; y la conciencia nacida para siempre libre, por medio de la fuerza por siempre despreciable (185).

Castellio arremete contra la intolerancia de Calvino y, mucho más, contra el uso de la violencia y el asesinato por pensar diferente y supo descargar palabras irreverentemente peligrosas:
Matar a un hombre no es defender una doctrina, sino matar a un hombre. Cuando los ginebrinos ejecutaron a Servet no defendieron ninguna doctrina, sacrificaron a un hombre. Y no se hace profesión de la propia fe quemando a otro hombre, sino únicamente dejándose quemar uno mismo por esa fe (196).
Miguel Servet fue quemado vivo en la hoguera y Castellio se lo ahorró porque murió antes, sus obras fueron quemadas y se impidió su edición durante mucho tiempo, sucumbieron ante el fanatismo estrecho de miras que siempre intenta violentar las conciencias, sin embargo, la humanidad debe mucho a estos solitarios que pese a la violencia ejercida desde el poder, defendieron su opinión soberana.
No deberíamos olvidar estas palabras de Zweig:
Nunca un derecho se ha ganado para siempre, como tampoco está asegurada la libertad frente a la violencia, que siempre adquiere nuevas formas. A la humanidad siempre le será cuestionado cada nuevo avance, como también lo evidente se pondrá en duda una y otra vez (251).