Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

jueves, 30 de octubre de 2014

LA ISLA MÍNIMA, Alberto Rodríguez (2014)


Retrato de la sociedad rural española en el inicio de la década de los ochenta del siglo pasado. En un pequeño pueblo de las marismas del Guadalquivir, dos adolescentes que son hermanas desaparecen durante las fiestas. Dos detectives vienen desde Madrid para investigar las desapariciones y enseguida averiguan que en los últimos años han desaparecido más jóvenes.

La trama responde plenamente a lo mejor de la tradición del cine negro: ofrece una imagen exacta de los conflictos políticos y sociales de la época, la mentalidad de una comunidad aislada, opaca y anclada en el franquismo, sin dar una imagen de buenos  y malos, sino de la diversidad de posibilidades en la gama de grises. El caso no se resuelve totalmente y los poderosos quedan libres de culpa.


La trama está tan bien montada que me mantuvo amarrada al asiento en una tensión permanente. En este sentido es una excelente película con unos intérpretes de gran credibilidad, especialmente Raúl Arévalo y Javier Gutiérrez que encarnan a los dos policías venidos de la capital. Excelente la ambientación, la música y el retrato de la marisma, un territorio inmenso, inhóspito, cruel y duro pero, a la vez, magnético, con una climatología extrema que nos lleva del calor extremo a las lluvias torrenciales.


Sin embargo, el valor más interesante, desde mi punto de vista, es lo bien que narra una época, la de la transición de la Dictadura franquista a la Democracia y de lo difícil que es cambiar las realidades económicas y sociales pese a los cambios políticos que nos situaban en 1980 en un sistema democrático. El poder que continuaban teniendo los latifundistas, la subyugación de los jornaleros pese al derecho de huelga, la presión de la justicia para resolver el caso, la mentalidad resignada y sumisa de los que menos recursos tenían, el machismo imperante en las sociedades rurales cerradas, la permanencia de miembros de importantes instituciones, como la policía franquista, en la democracia y sus consecuencias, etc. En fin, un retrato certero para comprender las dificultades que existían para llevar a cabo una Transición que quisieron convertir en un modelo de referencia y que hoy demuestra sus muchas fragilidades.

lunes, 20 de octubre de 2014

STOP A LA MISOGINIA EN EL MUNDO VIRTUAL


Hablando de feminismos históricos y viajando a la era virtual del siglo XXI, leía hace unos días que según el último Estudio Anual de Redes Sociales en España (2013), las mujeres usan mucho más las redes sociales que los hombres: un 61% ellas por un 39% ellos. Pese a este predominio, otro estudio llevado a cabo entre los usuarios de Internet por el Pew Research Center, señala que un 13% de mujeres reconoce haber sufrido acoso frente a un 11% de hombres y un 5% de mujeres se ha sentido en clara situación de peligro físico frente a un 3% de hombres.


Dado el carácter anónimo utilizado por muchos usuarios/as de las redes sociales, es muy fácil recurrir al insulto y la agresión verbal, no sé si se ha estudiado si recurren más los hombres que las mujeres, pero lo cierto es que la mayor parte de las agresiones que reciben las féminas es por serlo, más que por sus opiniones o sus puntos de vista, que también.



El recurso más fácil es no responder o bloquear a los agresores, pero esa actitud es la versión del silencio que siempre se nos ha recomendado a las mujeres para evitar problemas. Soy partidaria de no hacerlo y de mantener la libertad de opinar desde nuestra condición de persona y desde nuestra visión femenina del mundo a la que no debemos renunciar.



Las imágenes son de una exposición, A Woman’s room Online de Amy Davis Roth, en la que esta artista empapela o crea objetos de uso cotidiano con mensajes ofensivos contra las mujeres.

sábado, 11 de octubre de 2014

FEMINISMOS EN EL SIGLO XIX (II)

Teniendo en cuenta el complejo contexto histórico explicado veamos esta segunda generación de itinerarios feministas, que fueron múltiples, a partir de las diversas experiencias y prácticas individuales y colectivas de las mujeres.
El feminismo, como plantea Karen Offen, se puede definir como un fuerte impulso a criticar y mejorar la situación de desventaja de las mujeres con relación a los hombres en el marco de una situación cultural concreta, aunque se trata de una definición incompleta sirve para un primer acercamiento a la lucha que desarrollaron las mujeres decimonónicas por su emancipación.
El feminismo español tuvo una orientación más social que política puesto que solía justificar la lucha por los derechos de la mujer basándose en la idea de la diferencia de género, centrándose más en los derechos sociales y civiles que en la igualdad con el hombre. Era un feminismo que K. Offen denominó relacional para diferenciarlo del feminismo individualista. El feminismo relacional proponía una visión de la organización social fundada en el género pero igualitaria. Ponía el énfasis en los derechos de las mujeres como mujeres, definidas principalmente por sus capacidades para engendrar y/o criar, respecto a los hombres. Insistía en la distinta cualidad de la contribución de las mujeres al resto de la sociedad y reclamaba los derechos que le confería dicha contribución. Planteaba que existían distinciones entre los sexos, tanto biológicas como culturales, por lo que existía una naturaleza femenina diferente a la masculina. Estas distinciones entre los sexos justificaban una división sexual del trabajo, o de funciones, en la familia y en la sociedad.

Ángeles López de Ayala. Republicana, feminista y masona

El feminismo relacional decimonónico en Cataluña, igual que en el resto de España, no fue un movimiento único, sino diverso. Resultaba evidente la pluralidad de feminismos, ya que plurales eran las estrategias de resistencia y de cambio social de las mujeres. El feminismo en su origen, al entenderse como movimiento social, dio prioridad al itinerario social como aprendizaje y planteó las experiencias colectivas de las mujeres como causa y origen de la expresión de su feminismo. Por tanto los movimientos sociales fueron el cauce de aprendizaje y de experiencia del feminismo y la base de formación de las diversas corrientes que se estructuraron en el último cuarto del siglo XIX.
Los feminismos, aunque diversos, compartían el descontento por la discriminación  y  la desigualdad que sufrían las mujeres, fueran de la clase social que fueran. Aunque ya se ha  señalado que no cuestionaban la definición de género de la mujer, sí ponían en tela de juicio su restricción a la esfera privada. La ausencia del ámbito público excluía a la mujer de la ciudadanía, que se desarrollaba en tres órdenes: el económico, basado en el derecho al trabajo; el político, que capacitaba a la ciudadanía, entre otros deberes-derechos, para ejercer el sufragio; y, por último, el social, que comprendía derechos civiles, mejoras sociales, etc., y entre los que destacaba el derecho a la educación. Los feminismos del último cuarto del siglo XIX que se desarrollaron en España y otros países como Portugal, Francia o Suiza, incidieron más en el tema de la ciudadanía económica y social, aunque el feminismo liberal reclamó desde su inicio la ciudadanía política. La exclusión de la mujer de la ciudadanía justificó, durante el sistema de la Restauración, la desigualdad de oportunidades educativas, la segregación laboral y la discriminación legal.
El origen de los feminismos en Cataluña se articuló alrededor de tres corrientes con organizaciones, líderes, espacios sociales y reivindicaciones claras: el feminismo liberal, el feminismo librepensador o laico y el feminismo obrero. Los dos últimos compartían espacios de sociabilidad comunes en los círculos librepensadores, republicanos, espiritistas, masones y anarquistas. Estos contactos venían facilitados por el ideario fraternal e interclasista que otorgaba protagonismo a ciertas elites políticas e intelectuales y constituía uno de los elementos de la cultura de izquierdas del momento. No existían espacios de sociabilidad comunes con el feminismo liberal ya que esta corriente, pese al radicalismo de algunas de sus propuestas, no participaba de esa cultura de izquierdas.
El feminismo liberal fue una corriente moderada pero partidaria de aceptar y asimilar las transformaciones sociales y científicas del mundo contemporáneo, defensora en parte del catolicismo liberal, en la línea fracasada del krausismo, y burguesa, contraria a la movilización de masas y al radicalismo democrático típico del librepensamiento. A pesar de su moderación hubo un claro compromiso con la libertad y el progreso, que no se consideró  contrario a la religión.
El feminismo librepensador o laico fue un movimiento liberal radical de base popular. Su identidad colectiva surgió de la contestación a los procesos de exclusión política, su defensa del “tumulto” y su preocupación por la cuestión social. Monarquía, Iglesia y Reacción eran una misma cosa y, por tanto, eran partidarias de la República. Aunque tenían una base burguesa estaban contaminadas por ciertos planteamientos emancipatorios como el rechazo y/o recelo a las elites y los poderosos o la defensa de una economía moral plebeya. Defensoras absolutas de la razón frente a toda religión revelada, eran  agnósticas o ateas declaradas y tenían planteamientos anticlericales.
El feminismo liberal y librepensador tenía su base social en sectores de la burguesía. No sólo eran burguesas por su origen social, sino por los sectores sociales a los que dirigían sus proyectos políticos y sociales.

Teresa Claramunt, feminista y anarquista

El feminismo obrerista se basaba en los puentes culturales, entre federalismo intransigente y anarquismo, es decir, en las puertas que permitían el tránsito de la dicotomía republicana a la dicotomía obrerista. Estos puentes culturales se basaban, en primer lugar en el peso de la conciencia personal para determinar la opción por un lado u otro de la línea que oponía a explotadores y explotados. En segundo lugar en el lenguaje común, en la valoración del trabajo digno y libre o en el rechazo al parasitismo y al ascendiente cultural católico. Y por último, en los puntos de contacto que existían sobre su concepción del poder.
Estos puentes culturales explicarían que compartieran espacios de sociabilidad, campañas y reivindicaciones. Su vinculación con el feminismo librepensador no se producía en función de la clase social sino de las prácticas y vínculos socio-culturales que se establecían en la cultura de izquierdas.
Pero había rasgos específicos del feminismo obrerista relacionados con la identidad de clase, ya que junto a la subordinación de la mujer por razón de sexo estaba la explotación que sufrían las obreras. La doble conciencia, de clase y feminista, hacía preciso una doble lucha para acabar con las desigualdades entre los sexos y, junto a los “compañeros de infortunio”, para luchar contra la explotación social y económica. La asunción de planteamientos emancipatorios claros, como su posicionamiento a favor de una revolución social, llevaba a esta corriente feminista a un cuestionamiento claro del matrimonio y la familia burguesa y un posicionamiento claro a favor de una pareja formada libremente y cuya base de convivencia no era otra que el amor y la afinidad, necesarias para el verdadero goce.



sábado, 4 de octubre de 2014

FEMINISMOS EN EL SIGLO XIX (I)

En la década de los años ochenta del siglo XIX se produjo en Cataluña un incremento espectacular de las publicaciones de revistas de mujeres como no se había conocido en todo el siglo. De todas las revistas publicadas en estos años (sólo entre 1880 y 1885 se publicaron dieciocho nuevas revistas), las que analizaban la condición de la mujer eran una minoría, pero todas ellas estaban relacionadas con el llamado feminismo liberal. No por ello se puede afirmar que este feminismo naciera por estas fechas puesto que había una línea de continuidad desde el siglo XVIII, cuando las mujeres toman parte en el enfrentamiento con la tradición que incluía una serie de prejuicios que fundamentaban la discriminación de la mujer.
Aun cuando se produjeron formulaciones igualitarias desde finales del siglo XVIII con una “radicalización”, en clave universalista, del ideario ilustrado y liberal, se fueron configurando las diversas formas de subordinación y de exclusión de las mujeres de la igualdad y de la ciudadanía, existentes en los iniciales constitucionalismos, y en su base contractualista roussoniana. Los primeros feminismos se fueron desarrollando desde el siglo XIX a partir de la demanda de extensión a las mujeres de los mismos principios ilustrados de libertad, igualdad y razón; y por tanto, a partir de la democratización de estos principios.


La línea de pensamiento que arrancó en el siglo XVIII configuró una primera generación de mujeres que, en el caso de la tradición vinculada al laicismo,  al republicanismo y al obrerismo, arrancó de las mujeres vinculadas a los primeros grupos fourieristas y socialistas de mediados de siglo y de figuras como Margarita Pérez de Celis y Josefa Zapata en torno a las revistas El Pensil Gaditano, y El Pensil de Iberia. Paralelamente se desarrolló también en esa primera generación de mujeres el feminismo de tradición liberal, vinculado a las literatas del llamado canon isabelino. La segunda generación que apareció en los años ochenta y noventa del siglo XIX, consolidó y estructuró los feminismos aparecidos a mediados del siglo XIX.
El feminismo liberal empezó a consolidarse en un contexto en el que se produjo un cambio de circunstancias históricas en Europa entre los años de la I Internacional y la Comuna y los avances democráticos y el reformismo social de los años 80. En este contexto, el pensamiento liberal se encontraba en un punto de inflexión cuando, tras ser movimiento y progreso, encontró sus límites al verse atenazado entre la reivindicación elitista, que parecía negar la igualdad, y la exigencia democrática, que podía perjudicar la libertad.

Margarita Pérez de Celis

Como consecuencia de este nuevo contexto histórico europeo se produjo un relevante hecho de carácter político: la extensión del derecho al voto a los varones en toda Europa. La democracia política debía llevar necesariamente al reformismo social por parte de los gobiernos para tratar de satisfacer las demandas de un proletariado miserable. Estos cambios provocaron en España algunas modificaciones en el sistema de la Restauración como consecuencia de un cambio apreciable en el pensamiento de Cánovas, que manifestó la total insuficiencia de la religión en la resolución del problema social y defendió la necesidad de la intervención del estado, dando alguna muestra práctica de ello en la presidencia de la Comisión de Reformas Sociales y en la elaboración de algunos proyectos de ley que no llegaron a ser aprobados.
Cánovas, de todas maneras, estaba más preocupado por dar estabilidad al sistema liberal, ya que durante los primeros años de la Restauración el partido de Sagasta abogó por una reforma de la recién nacida Constitución de 1876. El hecho fundamental que dio estabilidad al sistema canovista fue la llamada al poder del partido de Sagasta, en 1881,  ya que supuso la integración en la monarquía de los principales grupos políticos existentes y, concretamente, de quienes habían participado activamente en la revolución de setiembre y, hasta entonces, sólo habían aceptado condicionalmente la Restauración.

Cánovas y Sagasta

La llegada de los liberales al poder en 1881 supuso el desarrollo en la calle, en la prensa o en la cátedra, de una libertad de expresión desconocida. Entre febrero y marzo de 1881 se anunció el nuevo clima público con el levantamiento de la suspensión que pesaba sobre algunos periódicos, con el sobreseimiento de las causas criminales incoadas por delitos de imprenta; con el reconocimiento explícito de la libertad de cátedra y el reintegro al servicio activo de los profesores separados, obligada o voluntariamente, de la enseñanza, con ocasión del famoso decreto de Orovio sobre textos y programas; y con la delimitación expresa entre los delitos de injuria o de calumnia y el derecho de criticar a los poderes responsables. La libertad de imprenta quedó también formalmente establecida por ley de 14 de julio de 1883.
Fue este clima de libertad de expresión, que se inauguró a partir de 1881, el que favoreció la proliferación de revistas femeninas y, en general, las posibilidades de consolidación de los feminismos como movimientos sociales surgidos en los mismos orígenes de la sociedad contemporánea. Los feminismos se conformaron como respuestas a la articulación, en esta sociedad, de una esfera pública y de unas formulaciones políticas que excluían a las mujeres de los derechos ciudadanos y del principio de igualdad, en torno a los cuales se estructuraba la nueva sociedad liberal.
La irreversible integración de los monárquicos liberales en torno a la constitución de 1876 llegó en las Cortes liberales de 1885-1890. La muerte de Alfonso XII logró la “autolimitación de los partidos en el uso del poder” que se compensaba con la beligerancia mutua, con la garantía del turno en la persona de los dos jefes establecidos: Cánovas y Sagasta. El primero consiguió el pacto, el segundo asentar su jefatura, y la Monarquía la estabilidad a cambio de respetar lo acordado y de no salir del círculo de acción establecido: de ser garante del turno. Otras dos reformas de alcance político, que se habían convertido en símbolos de la revolución de 1868, fueron el juicio por jurados (ley de 20 de mayo de 1888) y el establecimiento del sufragio universal masculino para mayores de 25 años (ley electoral de 9 de junio de 1890).
El restablecimiento del sufragio universal tendió puentes entre los artífices de la Restauración y los herederos del Sexenio y cerró definitivamente el ciclo de luchas entre las diversas familias de monárquicos constitucionales en torno a la naturaleza del sistema político: la izquierda monárquica renunció a restaurar la soberanía nacional.

La mayor parte de la Regencia de Mª Cristina fue, por tanto, una época de pacto político, de cambios acordados y rítmicos, de jefaturas estables y de funcionamiento del Gobierno y de la Oposición en una armonía desconocida hasta entonces.